miércoles, 18 de febrero de 2009

Paréntesis


Laicismo y crisis religiosa

El Nuncio Apostólico Christopher Pierre, representante del Papa en México, declaró en días pasados que la religión católica en nuestro país atraviesa por “una severa crisis”, corrigiendo de este modo el optimismo del cardenal Bertone, secretario del Estado Vaticano, quien negó que la iglesia católica estuviera en crisis. Según los datos del Nuncio, cada día la religión católica en México pierde diez mil fieles. Si esta cifra es cierta, al mes se contarían trescientos mil, al año tres millones y medio, a los diez años. . . Espero que el Nuncio esté equivocado. Sería una pena; sería, como dijo Bernardo Barranco, una catástrofe para la iglesia; pero formaría parte de una catástrofe cultural de grandes proporciones, pues la cultura católica es más que la religión católica y mucho más que la iglesia católica.
No hay una sola causa que explique esta debacle, pero vale dejar de manera visible sobre la mesa la explicación del especialista en religiones Elio Masferrer: el distanciamiento del clero con los fieles. El investigador acude a los datos: en México más del ochenta por ciento de los mexicanos se declara católico. El dato puede parecer contundente a primera vista, pero no lo es tanto si nos fijamos que entre los jóvenes apenas el cuarenta por ciento se declara católico. Que el clero está distanciado de los fieles es una realidad clarísima, como que el mundo y el lenguaje de los obispos (que hablan mucho y mal) y de los sacerdotes (que hablan poco y peor) no son el mundo ni el lenguaje de los fieles. Lo extraño es que después de escuchar una homilía dominical aún queden católicos. El Vaticano reconoció hace unos meses, en voz del cardenal Marc Ouellet, que las malas homilías y la carencia de predicación de los sacerdotes son dos de las causas de la desbandada de fieles. Hablando en cristiano, eso significa que el clero es cada vez más ignorante y cada vez más perezoso. La pereza clerical, sin embargo, no es un problema de nuestro tiempo. Ya el Doctor José María Luis Mora explicaba, a principios del México independiente, que uno de los peores males del clero que nos heredó el Virreinato era la pereza.
Explicaciones sobre la huída de católicos a otras religiones cristianas y no cristianas las hay de distintos tipos y tendencias. El fracaso de la iglesia católica en México, “impresionante” al decir de los que saben del tema, se debe, desde luego, al alejamiento de la jerarquía católica de los problemas comunes de los creyentes, pero también se debe a que la iglesia no pierde ocasión de demonizar la vida sexual, de discriminar a las mujeres, de condenar a los homosexuales y de otros anatemas por el estilo. La falta de credibilidad de los católicos en los jerarcas se nutre todos los días del evidente enriquecimiento de algunos obispos: la vida palaciega del cardenal Norberto Rivera, los excesos millonarios de Onésimo Cepeda o la pertenencia al jet set de Juan Sandoval Íñiguez son las imágenes que sobresalen. Y el descrédito de la iglesia católica tiene una causa más aterradora: la pederastia clerical, considerada por la premiada periodista Sanjuana Martínez como un síntoma de la descomposición de la iglesia en la preparación de los futuros sacerdotes. La jerarquía católica en México, sobre todo en estos tiempos de Norberto Rivera, bien puede calificarse como la Iglesia Encubridora.
¿Ha llegado para la iglesia católica la hora de la auto critica o mantendrá la posición tradicional de culpar a los enemigos del alma de la falta de valores, de la desintegración familiar y de otros demonios?
El clero político hace política. Es su naturaleza. Si lo dijera Porfirio Díaz, diría que es tiempo de “Mucha política y poca religión”. La batalla de la jerarquía católica en México tiene izada una bandera honorable, la de la libertad religiosa. Ampliar las libertades religiosas es el estribillo de todos los días. ¿De qué nuevas libertades religiosas estamos hablando? La primera es de tipo formal y fue expuesta hace casi diecisiete años por los juristas del clero: a la reforma religiosa en México le falta el reconocimiento expreso del derecho de los padres de dar educación religiosa a sus hijos. En efecto, no existe esa declaración expresa en la Constitución ni en la ley reglamentaria. Esta cuestión fue propuesta por los obispos en los días en que se elaboraba la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público (participé en la redacción de esta Ley). Mi argumento de entonces consistió en que la faceta privada e íntima de la vida familiar no podía ser objeto de regulación jurídica general; que el derecho de educar a los hijos era una libertad tan amplia que incluía la transmisión de la religión de los padres del modo más libre que se quisiera y como consecuencia de un acuerdo libre de los propios padres; que establecer el reconocimiento del derecho de los padres a la educación religiosa de sus hijos podría causar más problemas de los que trataba de resolver, sobre todo porque la regulación de una principio general del derecho daba lugar a normas secundarias y reglamentarias que explicaran el alcance de ese principio, casi siempre en perjuicio de la libertad misma; aduje además la experiencia histórica: una libertad demasiado regulada o sobre regulada acababa por asfixiarse, y repetí desde luego el argumento de que el laicismo mexicano tenía razones históricas que coincidían con razones democráticas, de modo que una libertad debía tener pocos límites pero precisos. En los hechos, a ninguna familia se le ha impedido –ni en las épocas más tensas de la historia de las relaciones entre el Estado y la iglesia– que los padres inculquen en sus hijos la fe que profesan. También en los hechos, la mayor parte de los jóvenes reniegan de las obligaciones religiosas que les impusieron durante su niñez, y se quejan de que esa obligatoriedad los alejó –a veces en forma definitiva– de la fe de sus padres.
La segunda libertad religiosa que se exige es la de impartir en las escuelas (públicas y particulares) educación religiosa, lo que significaría una reforma estructural al artículo 3º de la Constitución. Pero significaría mucho más. ¿Qué significa “educación religiosa”? En los hechos, la mayor parte de las instituciones educativas particulares ofrece instrucción religiosa (una mezcla de catequesis y culto), con resultados desastrosos: si de algo se hastían los jóvenes que pertenecen o pertenecieron a escuelas católicas es de las clases de religión y de los actos de culto.
Vale recordar que no hay una educación pública por un lado y una educación privada por el otro. La única educación privada es la familiar. Por definición, toda educación es pública, como que toda la que se imparta en el país –incluida la de los particulares– tiene objetivos generales, pues una forma de quitarle eficacia a la educación, por deficiente que sea, sería pulverizando sus fines. Si hablamos con propiedad, no puede existir en la escuela una educación religiosa. Lo que puede y debe existir es una amplia y objetiva información en materia religiosa: el fenómeno religioso, historia de las religiones, comparación de creencias, antropología y sociología de la religiosidad y de las religiones, etcétera. Si nos situamos en el plano hipotético de que una materia obligatoria de la educación básica fuera “educación religiosa”, la primera consecuencia sería que la libertad de creencias se vería seriamente limitada, y el laicismo educativo se vería en la penosa obligación de aprobar los contenidos de esa materia. No imagino a la SEP metida en asuntos que no le competen y respecto de los que nada sabe, sobre todo en estos tiempos en que tiene encima retos de la magnitud de la educación cívica y ética, la cultura de la legalidad, la formación democrática, entre otras. Las otras dos libertades que se exigen son la política (voto pasivo a los ministros del culto) y la de contra con medios masivos de comunicación. A ellas me referiré en mi reflexión siguiente.

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