lunes, 23 de febrero de 2009

Memoria de gratitudes (12)

23 de febrero

La envidia, el más común y destructivo de los pecados capitales o defectos de la personalidad, es sin embargo el más negado de ellos. La confesión de los pecados no incluye la aceptación desnuda de la envidia. Es un pecado que se evade, se confunde, se esconde, se niega. Es el pecado enterrado. Pero es el más dañino de los vicios privados. Consiste en el sufrimiento que nos causa el bien ajeno. Lo decía muy bien la gracia genial de Groucho Marx: “No me basta la felicidad para ser feliz. Necesito ver que los otros sufran”.


Pero la envidia es la virtud democrática más útil y constructiva. Gracias a ella aumentan los competidores y la competencia alcanza niveles de pasión que no poseen, por ejemplo, la pasión amorosa o la deportiva. Nadie reconoce, sin embargo, que el móvil de su interés político sea la envidia, no obstante que es una virtud admirable. La política mejora proporcionalmente con el aumento de envidiosos. Es una virtud que se evade, se confunde, se esconde, se niega. Es la virtud enterrada. Pero es es la más benéfica de las virtudes públicas. La frase favorita de los políticos es “Aspiro pero no estoy obsesionado”. Esta es, ni más ni menos, la confesión implícita de su virtud. Bien dice el docto teólogo del Cándido de Sciascia: “No es que la verdad no sea hermosa, pero a veces hace tanto daño que callársela tiene más mérito que culpa”.

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