sábado, 21 de febrero de 2009

Memoria de gratitudes (11)



Guillermo Cabrera Infante (1929-2005)
21 de febrero

La BBC de Londres dio la noticia el 22 de febrero de 2005: Muere Guillermo Cabrera Infante. Hoy se cumplen cuatro años de que el juego de palabras, que hicieron de Guillermo más infante que Cabrera, cerró su capítulo más florido, y por eso su mujer Miriam Gómez vertió sobre su compañero de toda la vida una flor del frondoso jardín de Martí: “Murió sin patria, pero sin amo”.
En su exilio de cuarenta años Cabrera Infante se convirtió en un gran escritor, pero su exilio fue solamente terrestre (y a veces extra terrestre, dada su afición-aflicción por los momentos estelares de Hollywood), pues en su casa londinense vivía como se vivía en La Habana antes que la dictadura de Fidel Castro derruyera la cultura cubana. Su artículo póstumo, publicado en El País el 27 de febrero de ese 2005, mantiene su viejo vigor: La Castroenteritis aguda, en que hace gala –la galanura se da por descontada– de la caída y rodada de Castro luego de un discurso típico de disgresiones en las disgresiones. “Cayó Fidel Castro”, anunciaron los titulares de los periódicos. En realidad –escribe Cabrera– la noticia no fue tan importante como chusca, pues a Castro le ha dado en la vejez por contar chistes malos, aunque no es tan malo contar chistes malos como idiotas que los celebren.
Cabrera Infante logró algo verdaderamente inaudito: llevar el cine a las pantallas literarias. Para él el cine representó el primero de sus existenciales dilemas –dile más aunque ya no esté entre nosotros– de su niñez. En su familia pobre de Gibara no se podía tener todo; siempre había que elegir. Su madre preguntaba: “¿cine o sardina?”. Cabrera Infante no probó la sardina durante su infancia pero en cambio descubrió una vocación literaria que ya no abandonó, ni siquiera cuando fue celebrado con reconocimientos y premios internacionales. El día que le entregaron el Premio Cervantes empezó su discurso con un juego de palabras que lo mismo fue una verdad que una beldad: “Es preferible un premio que un apremio”.
En los años setenta del siglo pasado leí Tres tristes tigres y no pasó nada. Sólo cuando la leí por segunda vez –ya en los ochenta– descubrí que Cabrera Infante era, además de un literato que tomaba la estafeta de sus maestros José Lezama Lima y Virgilio Piñera, un hombre bien educado. Y la buena educación suele anidar a sus anchas en el alma infantil. Se convirtió en el campeón mundial de la paronomasia, pero este campeonato sólo pudo llegarle porque en su infancia aprendió a leer y a hablar haciendo de las palabras un juego de luces que se bordan en el milagro del idioma, y luego, como pirotecnia que ilumina el horizonte de la noche, despliegan en el aire su poder de seducción (y de sedición).
Durante esa misma época, la Revista Vuelta acogió con plural generosidad al genial escritor, y la publicación en 1993 por la editorial de la revista de Mea Cuba, nos abrió las puertas de par en par y algunos entramos en el boscoso mundo del genio fuera de la botella. Muchos en México, por delante los delatores del poeta Heberto Padilla, lo llenaron de groserías en unomasuno y en La jornada. De los delatores mexicanos del poeta Padilla ya nadie se acuerda, lo cual no es una gracia sino una desgracia, y los demás maman del dinero público con tanta compulsión como antes mamaron de la castradura que dura.
Leer a Guillermo Cabrera Infante para mí fue siempre una aventura de regreso a la infancia. En la escuela primaria había concursos de trabalenguas y de parónimos. El premio, casi siempre un cuaderno de pasta dura, era un gran premio. Pero el regaño materno no se dejaba esperar: “¿De dónde agarraste esa maña de jugar con las palabras?”. Y es que, en efecto, de cualquier frase hacíamos un desfase y también un disfraz. Creo que si se hubiera continuado “la maña” de los trabalenguas y los parónimos, no se habrían inventado esas pseudociencias de mucho gasto y poco gusto de la neurolingüística y sus similares.
Cabrera Infante abandonó Cuba en 1965, sólo cuando vio claramente que el comunismo era el fascismo del pobre. Murió a tiempo, creo yo, antes que Castro (“Fidel” para los compañeros de viaje) se cayera nuevamente y diera en el blanco. Dicen que Castro aún vive; si tal afirmación es verdadera, seguramente vive como un reo de la longevidad, como uno de Los Inmortales de Jonathan Swift, condenados a la vida, prisioneros de la supervivencia.
Guillermo Cabrera Infante nació en Gibara, Cuba, el 22 de abril de 1929. Dentro de dos meses haremos memoria de los ochenta años de este escritor singular tan plural.

Fernando de Szyszlo, Octavio Paz, Damián Baylón, Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante (1989)

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