miércoles, 9 de febrero de 2011

Fray Servando

La vida de fray Servando de Christopher Domínguez Michael es uno de los diez mejores libros de la primera década mexicana del siglo XXI. La afirmación no es exagerada: el autor conjuga las humanidades y las pone al servicio del conocimiento del hombre. El libro de casi ochocientas páginas en letra pequeña podría ser, en otra edición, del doble; en este caso cuenta la cantidad porque en realidad el libro son varios libros, cada uno de los cuales está escrito con la pulcritud de un hombre de letras, la profundidad de un hombre de ideas y la claridad de un escritor que piensa en los lectores: el libro está al alcance de un lector común pero habituado al esfuerzo. Lo leí en su primera edición (2004) y en diciembre pasado un buen amigo me obsequió un ejemplar de la segunda reimpresión (2005). No lo releí, lo volví a leer; es decir, lo volví a subrayar, tomé notas, consulté libros, conversé con conocedores del tema. En el ínterin de una y otra lectura, leí las Memorias de fray Servando Teresa de Mier. Volver al libro de Domínguez Michael fue como pasar de una antesala atestada de gente desconocida a otra en la que sólo aguardan los pasajeros de un destino compartido. Domínguez Michael es crítico literario y literato, dos artes creativas misteriosamente incompatibles (si hacemos caso a George Steiner, que exaltaba, de un modo excepcional, la reunión de ambas cualidades en Umberto Eco. Exagera Steiner. Es cierto que grandes literatos desbarran cuando hablan de literatura o de política. Pongamos un par de ejemplos: Carlos Fuentes es un buen novelista y un pésimo escritor político; su autoridad moral y su credibilidad no producen por ello ideas políticas. Jean-Paul Sartre fue un literato agudísimo y un escritor y activista político decepcionante. De Sartre dice Canetti, inspirado en un ensayo de Octavio Paz, que no es un escritor sino un analista y un panfletista: “Ninguna de sus formulaciones fue un pensamiento. Nada suyo fue nuevo. Siempre tenía a mano una respuesta, existía ya antes de la pregunta”, remata Canetti con su habitual “amabilidad”. Steiner prefiere abstenerse del juicio político, pero en Los libros que nunca he escrito explica su resistencia a hablar de política: “Sigo sin estar seguro en cuanto a mis raíces psicológicas de mi reticencia o evasiva”).

Sin embargo, en nuestros días no puede uno dejar de sorprenderse de excelentes críticas literarias y sensatas reflexiones políticas y sociales en literatos de la talla de Coetzee, Le Clezio o Magris, por poner tres ejemplos que tengo a la mano de mi reciente memoria lectora. Como sea, Domínguez Michael es un crítico literario que nos reconcilia con la crítica literaria. Sus trabajos antológicos de literatura mexicana forman parte de la literatura mexicana misma; su novela William Pescador es una obra con un sentido profundo y creativo, una virtud especialmente notable en la Vida de Fray Servando. El libro es una reunión coherente de rodeos redondos, un entrecruce de ideas, doctrinas, mitos, transiciones, leyendas, pesadumbres y caminos que abrevan, sin que el lector pierda de vista la ruta principal, en la figura de un fraile dominico que en el tránsito farragoso del siglo XVIII al XIX representó papeles tan propios como impropios de la época: predicador gerundiano/enjuiciado sin gracia ni justicia/víctima de papirófagos del Averno/ Alfarache natural pero con mala suerte/Simón el Mago pero con buena suerte/erasmista o jansenista coyuntural/converso ilustrado gracias a judíos de Bayona/historiador puntilloso pero imprescindible/autobiógrafo deliberadamente inexacto/republicano fervoroso/conspirador/testigo de las cortes gaditanas/ aristócrata republicano/diputado constituyente/ referencia infaltable en la formación del nacionalismo mexicano. . . Es, todo él, un personaje de teatro y literatura, de Artemio de Valle-Arizpe a Reinaldo Arenas, dice Domínguez Michael: “Personaje volador e inventor del paracaidismo”. Pero la metáfora se hizo verbo y pensamiento. Fray Servando protagonizó la ruptura de una época de decadencia frailuna y la crisis monárquica, y el tránsito a otra, abrupta y reborujada, de los primeros años del México Independiente.

La madurez literaria de Domínguez Michael le permite, en la Vida de Fray Servando, abrirse paso con una erudición tan bien lograda que no deslumbra: ilustra, muestra, abre caminos que repasan los mitos de la evangelización de Mesoamérica (el apóstol Tomás, el Quetzalcóatl de la barroca imaginación novohispana). La precisión con que descubre las exageraciones o falsedades de las Memorias de fray Servando y las acotaciones y matices a las interpretaciones erróneas o inexactas de O’Gorman (estudioso por excelencia de Teresa de Mier), son dos de los méritos de quien entrelaza inteligencia literaria y rigor histórico.

Domínguez Michael disgrega y agrega a la vez: sus caminos no conducen a Roma, pero en cambio nos traen de regreso al camino real, al personaje y sus circunstancias, al bullicio que seguía provocando “La leyenda negra” impuesta a España por Inglaterra. La Nueva España fue, como la metrópoli, víctima de esa leyenda parcialmente justa y absolutamente perversa, herencia que aún cargamos en estos días del siglo XXI (se puede incluir el bobo humor del programa británico que representa a los mexicanos infectados por el mal de Oblómov).

La Leyenda Negra, nacida del conflicto entre Felipe II e Isabel de Inglaterra en 1588, a medio camino del cisma protestante que convirtió a España en la tierra de las tinieblas, merecería una obra especializada que nos ayudaría, ahora mismo, a entender nuestro extraño desapego de la legalidad. Los papirófagos del siglo XXI son legiones en ministerios públicos y juzgados, en tribunales y procedimientos kafkianos; se requeriría un estudio pormenorizado de las formas jurídicas novohispanas y su legado tenebroso de papeles que desaparecen, de expedientes que se reservan, de ambigüedades semánticas que legalmente pueden condenar o exculpar, de la fiebre reformista actual que barniza arcaísmos jurídicos. . . Las muy mexicanas costumbres de la picardía y la auto denigración son productos culturales de la regla de oro del derecho monárquico: “Acátese, pero no se cumpla”. La picardía para evadir las leyes puede deberse a que, en su mayoría, nuestras leyes son absurdas, un muro que dilata nuestra entrada franca al Estado de derecho y a la civilidad democrática.

La Vida de Fray Servando de Domínguez Michael es un libro para leerse con placentero detenimiento. Cada regreso, cada adelanto, cada camino disgregado y cada referencia histórica, ideológica, política y anecdótica son historias en sí mismas, hechos y personajes que podrían formar parte de un conjunto de libros independientes, aunque preñados de un mismo espíritu intelectual: México, su pasado remoto y su presente más remoto aún. Las anotaciones del autor son breves pero amablemente punzocortantes; la bibliografía es impresionante: clásicos de la historiografía y la hagiografía mexicanas, cronistas de Indias, literatos, ilustrados franceses, pensadores ingleses y estadounidenses y todos aquellos que hicieron constar su testimonio antes del sermón de 1794 de fray Servando y después del federalismo de 1824, una suma de conocimientos que el autor engarza acerca del país que somos, el que creemos que somos, el que no somos y el que no hemos podido llegar a ser. En más de un sentido, el Fray Servando de Domínguez Michael es una muestra representativa de la personalidad mexicana: pícara y pudibunda a la vez, tímida y desproporcionada a una sola voz, pesarosa y festiva el mismo día, silenciosa y desmesurada en el mismo tono. (El mal de Oblómov con que nos definió el programa cómico de la televisión inglesa nos duele, acaso porque nos hemos reservado el derecho auto denigratorio).

Fray Servando es, más que representativo, un protagonista del nacimiento del estado federal y un pensador de la nacionalidad. En el buen sentido, es nuestro hombre sin atributos; es, quizá sin tener conciencia de ello, un humanista en el sentido erasmiano, un hombre de diálogo racional y también de fe e ironía; pasa de las baratijas barrocas a la Ilustración, quizá sin haber tenido que sufrir las mortificaciones de un romanticismo que en Alemania estaba logrando que la gente se evadiera de la política y de la razón, con las nefandas consecuencias para la libertad. Pues el romanticismo, dice Magris, abrió nuevos caminos tanto a la genialidad como a la cursilería y al mal gusto, pues gracias a él se ha vuelto difícil distinguir una obra maestra de una estúpida trivialidad. Magris habla del presente: hoy todo es obra arte, simple y sencillamente porque lo dice quien la produce. Fray Servando no es en este sentido un hombre de su tiempo, como se ve en el desarrollo de su pensamiento durante la última parte de su vida. La pluralidad de influencias que acumuló le dio cuerpo a un país desgarrado por las facciones y los intereses en pugna a partir de 1821. Domínguez Michael nos conduce cortésmente en este propósito: conocerlo es conocernos. Fray Servando se despoja del hábito dominico y al mismo tiempo se deshace del barroco gerundiano. Descubre, en sus andanzas por Europa y Estados Unidos, que el barroquismo es la teología de lo indefinido, un sermón circular que se alza en espiral como humo fugaz que el vientecillo borra, que asciende a lo eterno en perjuicio del instante, en detrimento del arte de la fuga hacia el momento, rumbo a un presente que le debía una satisfacción y le presentaba un nuevo desafío.

Christopher Domínguez Michael se muestra, con la Vida de Fray Servando, dueño de una solidez intelectual, cultural y literaria que lo sitúa definitivamente como uno de nuestros grandes escritores. El autor es magnánimo: la erudición acicatea al lector, le pide un esfuerzo extra sin atosigarlo, pues ya quedó dicho que el libro es en realidad varios libros, y el lector bien puede leerlos pausadamente, dejarse llevar por un escritor que conduce a la velocidad de cada gusto y cada premura.