sábado, 18 de abril de 2009

El rostro mañana


La patria ordenada y generosa del PAN se desdibujó durante sus campañas internas. La bandera que durante sesenta años ondeó triunfante en medio de la derrota, hoy desluce derrotada en medio de la victoria. Deshilachada por los excesos matreros de los malandrines, la contienda interna del partido gobernante rebasó los límites de la pasión característica de la lucha por el poder. Por más justificaciones realistas y pragmáticas que se esgriman, en política –sobre todo en política– el fin no justifica los medios: son los medios los que deben justificar el fin. El hecho es que hoy domingo los panistas eligen a sus candidatos a gobernador, diputados y presidentes municipales. Hay que decir que, con todo, los procesos internos del PAN han sido democráticos: competencia real y reglas claras. Pero también hay que decir que la inclusión de los adherentes en la votación para elegir al candidato a gobernador es un retroceso, sobre todo porque favorece a los grupos de poder en perjuicio de la autonomía política de los individuos. Pero ¿fue equitativa la competencia? ¿O hubo, como en épocas memorables, compra de votos, coacción, clientelismo, uso de recursos públicos y demás “linduras” de la historia patria? ¿Por qué no hubo debates? ¿Qué son los números sin ideas políticas que se defienden?
La contienda interna no concluirá con el recuento de votos y la declaración de ganadores y derrotados. Falta ver si la democracia panista alcanza para conservar la unidad o si los rencores y agravios de unos y otros alargan el encono y los resentimientos. Lo cierto es que la generosidad, esa virtud del orgullo histórico del partido fundado por Manuel Gómez Morín hace setenta años, fue proscrita durante los procesos internos o escondida debajo de la mullida alfombra de la soberbia. ¿Podemos entonces concluir que la generosidad política del panismo es una virtud cuando se pierde y un estorbo moral cuando se gana? Don Luis H. Álvarez recuerda en su libro autobiográfico Medio siglo que Manuel Gómez Morín emprendió su brega política sin ánimo de lucro, con esa generosidad que caracteriza a quienes toman con seriedad el cumplimiento de un deber antes que el disfrute de un derecho o un privilegio. La divisa de Gómez Morín era vivir de los negocios o de la profesión, no de la política ni de la Universidad. En esta convicción originaria se fundó el PAN en 1939. Sólo así se comprende que el partido naciera como “una organización de todos aquellos que, sin prejuicios, sin resentimientos, ni apetitos personales, quieren hacer valer en la vida pública su convicción en una causa clara, definida, coincidente con la naturaleza real de la Nación y conforme con la dignidad de la persona humana”. ¿Aún significan algo las palabras de Gómez Morín? ¿Son antiguallas de validez circunstancial? El PAN nació con la convicción cívica de “mover las almas”. Esta grandeza moral diferenció al partido y le otorgó un distintivo honorable. Si tal era la naturaleza de su deber político, sólo los ingenuos podían esperar resultados inmediatos. “Que no haya ilusos para que luego no haya desilusionados”, repetía Gómez Morín quizá pensando en la triste experiencia de Vasconcelos en 1929, pero también enviando un mensaje de trabajo perseverante a quienes en las primeras décadas del partido apuraban estratagemas de virulencia práctica o resignaciones de apoltronamiento místico. Por eso se puede decir que la historia del PAN es la biografía de las tentaciones superadas. La primera y más trascendente de ellas ocurrió en el inicio mismo del partido: civismo y civilidad contra tentaciones frailunas o de sacristía.

Escribe Enrique Krauze que los panistas necesitan recordar con frecuencia los orígenes cívicos del partido y vencer las tentaciones confesionales. La tentación teocrática ha estado presente a lo largo de la biografía panista; aún hoy, ya en el poder, esa tentación reaparece briosa y altanera, aunque cada vez más ridícula. Hoy no se puede pedir a los panistas que destinen gratuitamente tiempo y sacrificio a la política, pero ¿dónde quedaron los militantes que se ganaban la vida en los negocios o en el ejercicio profesional y no en la política? ¿Los panistas que hoy eligen a sus candidatos habrían lanzado tanto lodo a sus compañeros de partido si la política no fuera tan rentable económicamente? ¿Para qué quieren conservar el poder? ¿Qué entienden los contendientes y sus votantes por la dignidad de la persona humana y qué entienden por apetitos personales? ¿Ha mudado el PAN su intención original de “mover almas” a la práctica gogoliana de “comprar almas”? ¿Dónde quedó el espíritu liberal de Manuel Gómez Morín y cuándo, dónde y cómo se inocularon en el PAN los demonios del fanatismo religioso, la fiereza mercantil, la deslealtad primitiva y la hipocresía moral? Las respuestas competen en primera instancia al partido que muy probablemente nos siga gobernando. Pero ¿quiénes hacen en el PAN la autocrítica?
La tentación política del PAN de la primera década del siglo XXI la podemos llamar la tentación mimética. En los hechos se parecen cada vez más al PRI del siglo XX y en las ideas se acercan peligrosamente al Partido Conservador del siglo XIX. Ya se sabe que en nombre del pragmatismo se cometen y justifican las peores tonterías. Pero ni siquiera en la lucha por el poder político existe un pragmatismo sin ideas: es imposible que un político presuma de ser un hombre práctico o pragmático si carece de ideales. La tentación mimética del PAN le ha permitido, es cierto, conservar el poder y ganar en experiencia partidista, pero en cambio se ha diluido la identidad que lo diferenciaba. ¿Cómo recuperar para la democracia mexicana al PAN moderno y democrático que sea ejemplo de lo que Luis H. Álvarez llama “la visión clara del fin”?
El dirigente nacional Adolfo Christlieb Ibarrola le dio al PAN, en la década de los sesenta, una moderna estructura y la profesionalización de las actividades interna. Refirmó, además, el carácter civilizado de su responsabilidad opositora, lo que lo salvó de la tentación de convertirse en un simple contestatario del poder. El espíritu civilizado de Christlieb salvó al PAN de despeñarse en el abismo de la marginalidad. Se requiere valor para criticar los defectos del poder, pero más valor para reconocer sus aciertos. En la visión política de Christlieb se moldeó la credibilidad que le valió al PAN competir electoralmente con el rostro descubierto. Como se suele decir, tenía cara para presentarse. La tenía para criticar y proponer, para señalar defectos y ofrecer remedios, para denunciar vicios y empujar cambios. El PAN tenía cara porque tenía una historia que contar. Krauze, en el prólogo donde celebra las memorias de Luis H. Álvarez, formula una pregunta contrastante: “¿Dónde están las memorias de los padres, hijos, nietos políticos del sistema? Con la excepción folclórica de Gonzalo N. Santos, casi en ninguna parte. La tenebra, la sombra, no era sólo un rasgo de la vida política mexicana: era su segunda naturaleza (la primera, su hermana, la corrupción). Pero los viejos militantes del PAN que, como don Luis, hacían política por vocación de servicio llegan al ocaso de la vida con un sentimiento de coherencia y plenitud: poder contar sus días porque nada tienen que ocultar”. Ahora mismo, en estos días desesperanzados y yertos, ¿tienen los gobernantes panistas esa coherencia y plenitud de poder contar sus experiencias partidistas y de gobierno sin nada qué ocultar? ¿Pueden decir los panistas que han erradicado la tenebra y la sombra (y su hermana la corrupción) de sus formas políticas y administraciones públicas? ¿Qué significa la política como vocación de servicio para los panistas que hoy compiten? Y, tal cual se preguntaría el novelista español Javier Marías, ¿cuál será el rostro mañana de los vencedores de hoy domingo?


No hay comentarios:

Publicar un comentario