domingo, 1 de mayo de 2011

La tía Julia y los piqueteros

Un grupo de intelectuales argentinos protestó, desde principios de marzo, contra el hecho de que Mario Vargas Llosa inaugurara la feria del libro de Buenos Aires y exigió que se vetara su presencia. La presidenta Cristina Fernández pidió que se retirara la carta de protesta, pero nada se hizo para garantizar la apertura y el discurso inaugural, el pasado miércoles, como estaba previsto.
Vargas Llosa leyó, en otra parte de la ciudad, su discurso: “Defender el derecho de los libros a ser libres es defender nuestra libertad de ciudadanos, el precioso fuego que la atiza, mantiene y renueva". De la ira ideológica de los intelectuales argentinos por la presencia de Vargas Llosa en Buenos Aires, Fernando Savater, también en la feria y también repudiado, hizo la mejor de las críticas: reírse de los intelectuales argentinos.
La inauguración oficial de la feria del libro fue un acto político. En otra parte Vargas Llosa habló de los libros: son “como árboles de un bosque encantado, se animan al abrirlos. Basta que celebremos con sus páginas esa operación mágica que es la lectura para que la vida estalle en ellos".
El escritor llamó a los indignados con su presencia “piqueteros intelectuales”. Antes, un pequeño grupo de piqueteros cortó el tráfico frente a su hotel y exigió su salida del país. El escritor declaró: "Les vi desde la ventana. No eran muchos, pero hacían mucho ruido. Gritaban contra mí”.
Pero ¿qué son los “piqueteros”?
Los piqueteros son grupos pequeños de manifestantes que defienden lo mismo a los Hunos que a los Hotros. Tal como los conocemos, nacieron a la vida pública hace poco. Surgen cuando el gasto público deja de alimentar la demagogia. Se puede decir que son hijos del populismo político que durante la década de 1970 gastaba a manos llenas (con cargo a la deuda pública y a la inflación). Suelen ser utilizados por grupos de poder y en muchos casos obedecen a intereses de partido o ideológicos. Actúan en el linde difuso de la legalidad y es común que, en nombre de la libertad de expresión, violen normas elementales de tránsito en las grandes ciudades. Su presencia callejera, aunque de pocos, es ruidosa y altera la normalidad de la vida urbana. Los piqueteros son virulentos y groseros, pero saben calcular y medir el grado de afectación para ser eficaces sin llegar al delito grave, aunque el riesgo late en cada paso. Sus causas son todas y ninguna: un día acarrean a veinte mujeres indígenas exigiendo justicia y el siguiente encabezan a otros veinte que piden drenaje y alumbrado; una semana gritan frente a la sede del gobierno la liberación de un preso y a la siguiente acusan al neoliberalismo de causar la pobreza; en la mañana son luchadores sociales y en la tarde son sólo sociales (opíparamente sociales).
En Misiones, en el norte de Argentina, el calor es un sofoco del infierno. Pues a Misiones fue a dar, gracias a la exigencia de un pequeño grupo de piqueteros que se plantó en el cruce de la 9 de julio y la avenida de Mayo, un cargamento de calentadores. El populismo argentino no es muy distinto del nuestro. Los piqueteros son capaces de exigir bloques de hielo para los pobres de la Patagonia o demandar camiones de arena para el desierto. Los piqueteros mexicanos encabezan marchas de comerciantes ambulantes y de barrios. Se autonombran activistas o luchadores sociales. Los hay genuinos y desinteresados, pero abundan los que se ganan la vida defendiendo a los pobres. Entre los piqueteros, algunos se han hecho millonarios.
Pero ¿por qué se llaman piqueteros?
Proviene de los vocablos latinos “picus”, pájaro, y “pica”, urraca. De ellos se derivaron muchos: picar, picadero, piquetero, repicar, ¿pícaro?, picante, picoso, picota, picones (celos). Dar picones significa propiciar celos (¿Todavía se utiliza? ¿Hay celos en las relaciones “free” de los jóvenes?). También se derivan piquera (en México, cantina o pulquería de mala muerte), pique (ir a pique o estar en pique con alguien), piqueta (zapapico), piquete (herida leve o grupo pequeño de soldados), picado (una prenda picada por la polilla, un rostro picado de viruela o un borracho a medios chiles que la quiere seguir), picapleitos (litigante de barandilla), picador (carterista o señor gordo montado en un caballo percherón que hunde una garrocha en el lomo de un toro, momento aprovechado para saciar la sed del hígado), picaflor (donjuán picado de barros que tontea con varias muchachas sin tomar en serio a ninguna), etcétera.
Un grupo de piqueteros intelectuales argentinos, pues, le hizo ruido a Vargas Llosa e impidió su presencia en el acto oficial de inauguración de la feria del libro. Se entiende que el peruano no sea bien visto en Argentina: en La tía Julia y el escribidor un personaje dice que la proverbial hombría de los porteños es un mito, pues casi todos practican la homosexualidad, y que de tanto cabecear pelotas de fútbol, se habían alterado los genes nacionales, lo que explicaba la abundancia de oligofrénicos.
Es de risa. No sé qué ocurriría si Vargas Llosa escribiera una novela en la que los machos de Jalisco tuvieran prácticas homosexuales vestidos de mariachis, y luego fuera el invitado de honor a la feria del libro de Guadalajara. La mochería de Jalisco es tan famosa como el tequila, pero es más temible la intolerancia de los compas (así se llaman entre ellos los piqueteros en México), que rechiflaría la presencia de Vargas Llosa.
En una nota de Clarín del pasado domingo, firmada por Pablo Calvo, un librero de la calle Corrientes afirma que, gracias a los piqueteros, los libros de Vargas Llosa aumentaron sus ventas en un cuarenta por ciento.
Piqueteros hay en todas partes. En México son legiones. Muchos de ellos son universitarios, escritores, diputados. Los piqueteros de todas partes se parecen: bandean entre ideologías de baratillo y mercenarismo.
Como sea, la mejor respuesta la ha dado, por enésima vez, Fernando Savater: reírse de los piqueteros intelectuales de Buenos Aires.


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