martes, 8 de junio de 2010

La decadencia del humor

La risa ha perdido luz, sonoridad y tonalidades. La carcajada es una rareza. La violencia, la inseguridad y la economía han avinagrado el carácter y reblandecido el ánimo.

Nuestras reservas petroleras están a la baja, la desforestación ha desertificado bosques, cerros, montañas y valles, los acuíferos están prácticamente agotados, la contaminación del aire y del suelo estropean la dignidad de las ciudades y cancelan la vida productiva del campo, los gobiernos de todo el país exultan soluciones de gabinete cada vez más distantes de los sentimientos, razones y experiencias de las comunidades. . . Sin embargo, la decadencia de nuestras reservas morales, civiles y culturales sufren un deterioro mayor. Es cierto que los problemas son muchos y complejos, empezando por la violencia cotidiana, la criminalidad, la debacle educativa, brutal desigualdad. Pero hay una barbarie peor que todas juntas: la quiebra de las relaciones interhumanas, sociales, civiles y políticas. Una de esas reservas culturales, la del humor, también ha sido victimizada por la hiel de la desesperanza. “¿De qué te ríes?” “¿De qué se ríen ésos?” “¿Reír?” “¿Reír de qué?”

¿Cuánto ha dejado de reír la sociedad mexicana en cincuenta años? ¿Por qué la risa se fue desdibujando de los rostros mexicanos, antes alegres y predispuestos a reír a las primeras? La erosión de la risa es una catástrofe cultural. Ya hasta se venden terapias de risa. La risa franca y natural, que siempre fue nuestra reserva cultural más esperanzadora, siempre gratuita y siempre al alcance de un corazón bien puesto y mejor dispuesto, ahora hay que comprarla, como si tuviéramos que comprar una botella de sol.

El odio ha talado y deforestado nuestra inmensa riqueza de sonrisas, risas y carcajadas. Van algunos apuntes sobre el tema:

1) Oír una carcajada llama la atención. Hay que escucharla, mirarla, maravillarse ante el milagro. Las carcajadas ya no son tan comunes. La risa también ha sido monopolizada y proviene de dos fuentes principales: la primera nos llega de la televisión, que administra los contenidos y las formas de lo risible. Los telespectadores somos en realidad tele-receptores, risueños idiotas que hemos perdido el genio humorístico y la capacidad creativa. Ya no hay quien diga, como Groucho, que tuvo la inmensa suerte de nacer a una edad muy temprana.

2) La segunda proviene de las decepciones cotidianas. En realidad son muecas de humor amargo, irónicas a veces, resignadas otras; surgen de la repetición del fracaso: “ya sólo falta que un perro me menosprecie, nomás esto me faltaba, por si fuera poco, por si no tuviera bastante”. Algunas de estas expresiones denotan un humor ácido que va llenando el hígado de piedritas. El humor se avinagra y la risa se aceda.

3) La risa de nuestro tiempo se lee más de lo que se escucha y se ve. El buen humor fue siempre un virus contagioso. No había remedios, sanaciones ni antibióticos capaces de detener una epidemia de risa. Todo era cosa de empezar. El final lacrimoso y espasmódico anunciaba el lento y gradual regreso del otro mundo, la vuelta del país de las maravillas, así como le regresa el resuello al niño que berrea durante largo rato.

4) Ahora la gente se ríe por Internet: ja ja, ji ji, jo jo. La onomatopeya ha sustituido a la epopeya. El ja ja, el ji ji y el jo jo han suplantado el sonido, la tonalidad, la contorsión facial, el cuerpo que se retuerce, las manos que esgrimen en el viento su independencia, la propulsión de aire que se exhala un segundo antes del infarto, las lágrimas que desbordan los diques. Una carcajada, en el Internet, se logra manteniendo el pulso alternado sobre dos teclas: jajajajajajajajajaja. Menos de cinco segundos bastaron para representar la más excelsa de las maravillas humanas.

5) ¿Se puede aún hablar de una sonora carcajada? ¿Todavía se llora cuando se ríe y se ríe cuando se llora? ¿Qué fue de aquel sofoco extático que descendía del rostro rumbo al corazón y al estómago? ¿Por qué ya no se habla y se ríe a la vez? El escritor Guillermo Cabrera Infante contaba que el filósofo Fernando Savater era el único ser humano que él conocía que hablaba y se carcajeaba al mismo tiempo. Es cierto: he tenido la suerte de estar frente a Savater y disfrutar su gorgoreo de risas y palabras, los ojos llorosos. ¿Por qué los que piensan ya no ríen cuando piensan?

6) Antes, entre las clases altas, la risa era un signo de mala educación. La carcajada era costumbre de gente baja y sin estudios. Eran los pobres maleducados los que le daban vuelo a la risa. ¡Qué carcajadas tan libres y sonoras se escuchaban! La risa era la democracia de los pobres, un hábito de soberanos. Gracias al humor compartido, los pobres eran las majestades reales de la alegría. Provenía de una sola legitimidad: el conocimiento compartido. Risa y comunidad eran la misma cosa.

Si la risa por Internet ya no se oye ni se ve, es imposible saber de qué se ríe el otro. Me temo que no ríe en absoluto: el ja ja es una caricatura silenciosa que equivale a escribir croa croa, guau guau o pum pum.

7) El escritor Borís Groys (Berlín Este, 1947) escribe en El futuro es de la tautología que una de la consecuencias de la inmensa producción de cultura chatarra es la decadencia del humor, considerado como una forma primaria de creatividad cultural. Como ya nadie conoce lo que el otro sabe, el humor se ha hecho prácticamente imposible. Hay mucho conocimiento y poca comunidad. Cada quien conoce lo suyo, no lo del otro. Cada vez conocemos más pero cada vez sabemos menos. Dicen que cada loco con su tema, pero un loco que no ríe es como un cuerdo que no piensa. Ni el primero está loco ni el segundo está cuerdo. Podemos reír a solas, pero tarde o temprano necesitamos reírnos con otros. Sólo los fanáticos nunca ríen. Lo suyo es el odio amargo, el vino del solitario.

8) Cioran, un exquisito de la amargura, un misántropo genial, escribe un aforismo en ese sentido: “No soporto a la gente; pero me gusta reír y no me gusta reír solo”. Cuentan los que conocieron a Cioran que era extraordinariamente afable y risueño. La risa del solitario es tan vieja como la humanidad. Reír a solas es una alegría misteriosa, inaudible pero intensa y estridente. La risa del solitario puede cantarse con un verso de Mandelstam:
No estoy solo en la prisión del mundo

No puedo calcular la calidad e intensidad de lo que he reído con Almas muertas de Gógol. Es una risa que ha sido labrada en la memoria de mi alma viva.

9) El antropólogo búlgaro Tzvetan Todorov escribe que entre los dos y los cinco meses el niño adquiere la conciencia. El bebé ya “sabe”: mira y busca la mirada del otro. Creo que el niño “nace” cuando empieza a reír y el viejo “muere” cuando en su rostro se ha apagado la última luz de la sonrisa. Entonces se sabe que la muerte aguarda en la antesala.

10) La televisión nos ofrece un humor de desecho, artificios fugaces. Antes la gente se reía de los gobernantes y hacía chistes geniales de su solemnidad. Y es que nada hay más cómico que un político que se toma demasiado en serio. Los de hoy son simplemente chistosos. Hasta la política ha dejado de ser una fuente de humor. Si ahora son chistosos, ya no hay chiste. El humor popular (¿hay otro más libre?) tuvo en Vicente Fox la cumbre y decadencia del humor: la superficialidad barrió con el ingenio. Fox era chistoso y sólo había que imitarlo. Para ridiculizar a los políticos de nuestro tiempo basta con citarlos. Los gobernantes actuales son chistosos y lo peor es que se esfuerzan en parecerlo. Sus chistes malos los delatan: estulticia, mal humor, estreñimiento, inseguridad, modorra intelectual. Es un signo de la Bobocracia. Cada vez que vemos y oímos al presidente Calderón oficiar de cómico, uno puede expresar, con una mueca imperceptible, un irónico ja. . . ja. Nadie entiende dónde está el chiste. ¡Vaya, ni Margarita Zavala sabe de qué se ríe su marido, aunque sonría!

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