lunes, 26 de octubre de 2009

El condenado a la horca

El verdugo le recuerda al condenado a la horca su derecho a decir unas últimas palabras. Con la soga en el cuello, la mirada lacrada en el tablón que en unos instantes se abrirá para hundirlo en la oscuridad, teniendo delante a una multitud que ya contiene la respiración, el condenado a la horca expresa con una absurda pero profunda convicción: “Que esto me sirva de experiencia”.

¿De qué estamos hablando?

1. El humor negro es la luz al final del túnel, el corolario de una historia repetida una y mil veces y de la cual no se han aprendido sus lecciones. Parece que en México la memoria sólo ha servido para que los predicadores del victimismo lancen más gasolina al fuego. Pero si un defecto tiene nuestra democracia es el olvido, la inutilidad de la experiencia, el abandono de la obligación para con el pasado. Las páginas menos gloriosas de nuestro pasado –escribe Tzvetan Todorov– son las más instructivas, si nos tomamos la molestia de leerlas íntegramente; el pasado es fructífero no cuando alimenta el resentimiento o el triunfalismo, sino cuando nos conduce amargamente a buscar nuestra propia transformación.

2. La crisis económica –acompañada ahora de una crisis moral en su versión de desmoralización– nos echa en cara sus lecciones postreras. Hace unos meses la ciudad de México encendió su alerta por la inminente escasez de agua potable. Hace unos días el presidente Felipe Calderón anunció que la “emergencia” había sido superada; y aunque convocó a forjar una cultura de ahorro del llamado “oro azul”, el tono alegre de sus palabras fue una especie de borrón y cuenta nueva. Los expertos en el problema del agua en México aran en el mar. El lobo está entre nosotros y casi nadie lo quiere ver. Pero el agua es un problema cuyas consecuencias hacen imposible cualquier previsión económica. El titular de la Comisión Nacional del Agua, José Luis Luege, vino a recordarnos que el acuífero del valle queretano está agotado.
¿Qué sigue?
Después del mito guadalupano, el mito genial en México es de carácter fiscal. Lo podemos llamar el mito de la baja carga tributaria. Durante décadas se nos ha dicho –y a regañadientes hemos cobrado conciencia de una verdad que no es verdad– que, comparados con cualquier país desarrollado o medianamente desarrollado, los mexicanos pagamos pocos impuestos. Es cierto, las tasas impositivas son bajas, pero es más exacto decir que los pocos que (irremediablemente) pagamos impuestos, pagamos mucho. Se dice hasta el cansancio que la economía informal no contribuye y que los más ricos pagan poco (un especialista me dice que, por ejemplo, TELMEX y Bimbo pagan entre el dos y el tres por ciento de impuesto sobre la renta). Es cierto, pero abónese a favor de la economía informal el mérito de acolchonar los efectos del desempleo y la carestía.
¿Por qué los muy ricos pagan tan poco?

Apenas antier un grupo de los más ricos de Alemania inició una campaña a favor de que el gobierno de su país eleve las tasas impositivas a quienes más dinero ganan. La propuesta sugiere que los nuevos recursos recaudados servirán para ayudar a la recuperación de la economía alemana. Afirman que el fisco germano obtendrá unos cien mil millones de euros adicionales, lo que permitirá afrontar el desempleo y la puesta en marcha de programas sociales y económicos a favor de los más afectados por la situación. Parece una broma. ¿Se volvieron locos los ricos alemanes? Es una broma y no lo es. Estamos ante el eterno retorno a la “locura” de Erasmo. Pero ¿qué ganan? Ganan seguir ganando. ¿Y si los más ricos de México se erigieran en los líderes de la reforma fiscal y del combate a la desigualdad, asegurando de este modo su permanencia en el pedestal de la riqueza? Me temo que no son tan inteligentes.

3. El humor patibulario no sirve ya para lamentar un hecho. Es mal visto, más si se le mira con las anteojeras de la prudencia, el equilibrio, la moderación, la mesura; hay en él la sospecha de radicalismo, el signo de una fatalidad enfermiza y obsesiva; ha sido expulsado de la sobremesa: es de mal gusto, grosero, impertinente; los gozos de la vida no admiten que se hable de la muerte, de los cementerios o de los funerales; a nadie le hace gracia un chiste negro, una paradoja sepulcral, un presagio mortecino. En estos tiempos en que la superación personal le ha impuesto a la humanidad su torrente de mentiras piadosas y verdades ingrávidas, el humor negro ha sido sustituido por un humor sexual despatarrado. De un modo implacable pero insulso, se han cubierto de polvo grisáceo las caras de la moneda, el sentimiento trágico y el sentimiento cómico de la existencia. El humor genuino, que durante varios siglos pudo combinar ambos sentimientos y aleccionar a la gente en contra de la solemnidad, no cabe ya en una convivencia que simula liviandad, ligereza, liberalidad.

4. Hace unos días, en Barcelona, a un peatón le cayó encima una suicida que se había arrojado desde un octavo piso. Ambos murieron. El humor inmediato y aparente nos lo proporciona el peatón. Que vayas caminando por una calle pensando en tus problemas, dándole vueltas a una situación conyugal que te tiene atormentado; que vayas indignado por la mala suerte, cargando rencores y deseos de venganza; que camines alegremente a encontrarte con un amigo o con tu amada, planeando proyectos, interiorizando afanes, lucubrando opciones; que simplemente camines sin pensar en nada, con la mente en blanco, con los pies autónomos y el alma desenraizada. . . ¡Y que te caiga del cielo una suicida!

Las posibilidades de humor negro no son infinitas. Pero el humor negro puede ser aún más negro, es decir fúnebre, si pensamos en la suicida. Habría que imaginar el momento previo al salto final. Si las hubo, ¿cuáles fueron las últimas palabras de la suicida? Tal vez no se dijeron, pero podemos imaginarlas: “me mato para ya no hacer daño a nadie”. Pero el humor es verdaderamente profundo cuando el observador se pone en los zapatos de la suicida que no se fija dónde cae o en los del peatón que en ese justo instante pensaba, muy seria y analíticamente, en los pocos miles de años que le quedan al género humano por causa del cambio climático.

5. Lo cómico es un fenómeno exclusivamente humano y también universalmente humano, dice Peter Berger en su “Risa redentora”. Teólogos y filósofos están negados para el humor. Es curioso, la filosofía dio inicio con un chiste, el de Tales: ocupado en la astronomía y en estar mirando siempre a lo alto, un día cayó a un pozo, ante la burla risueña de una sirvienta. De hecho, los filósofos se extinguieron cuando se tomaron muy en serio; dejaron de filosofar, que es lo mismo que dejar de reír. Los políticos, que no toman en serio los asuntos del bienestar general de la población, sin embargo se toman a sí mismos demasiado en serio.

Los políticos ríen y se ríen. Mucha gente no sabe con precisión de qué, pero su humor es quizá el que más se acerca al que nace de la incongruencia. Los políticos se ríen entre ellos y de ellos, nunca de sí mismos. Sus chistes no son graciosos y sus gracias no son chistosas. Sin embargo, la tarea de gobernar es un campo florido de humor, casi siempre involuntario. Enarbolan el ridículo con orgullosa alegría. Si no fuera porque sus decisiones suelen producir un mal mayor del que tratan de remediar, serían bufones de cabo a rabo. El gobernante suele representar al “bobo excitado”: palabras y gestos altisonantes y hechos absurdos. La estulticia política es cerrada, tautológica, circular. El político exitoso es barroco: la distancia más corta entre dos puntos es el círculo. Por eso es el condenado a la horca.

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