martes, 17 de febrero de 2009

Memoria de gratitudes (7)


17 de febrero
Jovita soñó durante muchos años con un hermoso funeral. Y lo tuvo, pero ella no se enteró.

En la cama del hospital donde yacía muerta, su hija Adriana simplemente le dijo: “Esta es la muerte, no otra cosa”.

Jovita pensó siempre en su muerte, creo que desde que dejó de ser niña, aunque eso de que dejó de ser niña es un decir, pues a lo mejor nunca lo fue, y según entiendo, nadie deja de ser lo que no es. Y en buen castellano un decir es sólo un decir.
Jovita se casó pronto y desde entonces pensó en el momento de su muerte. Pero sus pensamientos no fueron fúnebres sino todo lo contrario. Ella pensó en la muerte como un acto de sociedad, en un escenario donde ella era la protagonista: gente, rezos, flores, coronas, aflicción, dolencias y condolencias. Jovita, por fin, en el centro del espectáculo.

¿Miedo a morir? No se puede saber. Adriana recuerda que su madre anunciaba todos los días su inminente muerte. Era, como suele ocurrir en la mayoría de los casos, una amenaza, no un deseo. En el caso de Jovita su muerte representaba, además, el momento estelar de una vida social que su ordinario marido nunca le dio.

Jovita fue una buena persona. Decir que Jovita fue una buena persona es un decir, pues no puede ser una buena persona quien no hizo el bien. Tampoco hizo el mal, por más que Adriana exagera ciertos hechos que le afectaron. “Pero –dice– no me afectaron, pues eso de que me afectaron es un decir, cuando la realidad es que me troncharon la vida, sobre todo cuando me obligó a casarme con el primero que se apareció en la casa y cuando me cerró la puerta el día que yo mendigaba para mí y para mis hijos un techo para dormir. Ese día acabé en el ministerio público toda golpeada.

-¿Fue cuando la famosa funcionaria del gobierno se ensañó contigo?

-Así es –responde–, fue esa vez. Esa funcionaria utilizó todo su poder para quitarme a mis niños. Y me los quitaron. Pero el diablo es canijo. Y eso de que más sabe el diablo por viejo que por diablo es un decir. Quiero decir que es un decir falso. El diablo sabe por diablo y no por viejo, pues hay viejos que no saben siquiera para qué nacieron. Esa funcionaria después pagó caro todos los daños y sufrimientos que su moralismo les causó a muchas mujeres. Resulta que se enamoró de un rico y apuesto ganadero, que le prometió matrimonio. A pesar de la promesa, el hombre aquel le salió un día con que no se divorciaría. Pobre mujer, no sabía que los hombres nunca dejan a sus esposas, y que los pocos que se divorcian acaban regresando con su familia. Decir que aquello fue un chisme provinciano es un decir, pues en realidad fue un escándalo sensacional, hubieras visto, pero en ese tiempo tú no vivías en Muérdago de Ibargüengoitia y no te enteraste de nada. Como dice el refrán, al que obra mal se le pudre el culo. . . Pero esto es un decir, pues hay gente mala que no paga nunca todas las que debe. Aunque también esto es un decir, pues una nunca sabe.

El funeral de Jovita fue realmente un funeral vistoso, colorido y hasta espectacular. Le sobrevivió a su marido diez años. Los pasó en su cama, enferma de no sé qué, imaginando un hermoso funeral. Es curioso que un hijo de su marido pero no de Jovita asistió al velorio; venía desde Los Ángeles y pagó la misa, el cuarteto de cuerdas, el coro y la estudiantina, cuyos integrantes no dejaron de hacer piruetas como saltimbanquis borrachos. El funeral, como digo, fue digno de la imaginación de Jovita. Es una pena que no lo haya visto.
Hoy se cumplen siete años de la muerte de Jovita y la gente aún recuerda su hermoso funeral.
Adriana huyó de Muérdago de Ibargüengoitia y se fue a Estados Unidos a buscar trabajo, precisamente a Los Ángeles, donde se reúne a platicar con su medio hermano. A veces me escribe. Es una mujer feliz. Pero eso de que es una mujer feliz es un decir, pues en realidad es la mujer más feliz que yo haya conocido jamás.

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