viernes, 6 de febrero de 2009


Cría cuervos
2. Las dudas de Makar

“La democracia no es una canica. Es un régimen complejo. Una casa de muchos cuartos, muchos moradores, muchos pilares”. Con esta advertencia Jesús Silva-Hérzog Márquez, con su pluma amable y precisa, nos invita a embarcarnos en una travesía por la democracia; antes, nos ofrece un refrigerio en la antesala y nos advierte contra los simplismos democráticos. Las esferas de la democracia son los poderes, las regiones, los partidos, las asociaciones, la ley y los medios.

Inocencio Reyes Ruiz y Jesús Silva-Hérzog Márquez

La democracia es sencillamente compleja. No hay fórmulas para encapsularla o batutas para dirigirla. Cualquier retrato de ella es siempre una radiografía circunstancial, siempre inacabada. En su base, las normas que la definen han de contrastarse todos los días con las reglas de la competencia y con las prácticas de aquellos intereses y presiones que la desmienten, la evaden o la arrinconan. Es que, por un lado, a la democracia la hemos glorificado antes que comprendido; por el otro, la hemos denigrado antes que practicado.
En México no está consolidada, reflexiona Denise Dresser. Pero señala algo más importante: corre peligro. El poder del capital juega en la mesa de honor del Estado patrimonialista; pero juega también en las mesas de todas las instituciones públicas del país, lo mismo en las cúpulas de los poderes legislativos que en los ayuntamientos, así en los poderes ejecutivos como en los judiciales. Pero en las mesas de los espacios públicos juegan otros actores e intereses: el crimen organizado, los empresarios de la fe, los comerciantes de la pobreza, los lucrosos de los derechos humanos, los industriosos de la ecología. No sobra decir que el país carga con una herencia pesada: las cúpulas sindicales de la burocracia, los ojos del mundo que escudriñan nuestras pajas oculares, los fanáticos de la perfección de la sociedad y del Estado. Es la República infiltrada. En este gran escenario, los partidos son un pequeño claro en la inmensidad del bosque. Su vida interna es más silenciosa y apacible que un cementerio. No hay discusión interna y en cambio se crítica y se fustiga el disenso. No hay competencia. Con mayor razón no la hay en la economía, allá arriba donde se reparte el enorme pastel de la riqueza. Las raíces de la competencia son tan superficiales que el árbol que la sostiene se puede venir abajo. Es el minimalismo de los partidos al que alude Denise Dresser. La cuestión es que el juego democrático tiene su banderazo de salida en la elección de líderes y candidatos. El ilustre politólogo italiano Giovanni Sartori nos hizo una recomendación que hemos desoído: vigilen permanentemente la vida interna de los partidos. Es la puerta legal por donde entra entra la infiltración de intereses no políticos y por donde entra la incompetencia de los peores.
Explica Octavio Paz que el Estado patrimonialista es una extensión de la familia: los asuntos colectivos se manejan como si fuesen los de casa. Creo que se puede agregar que la complejidad política ha ensanchado la fusión de lo público y lo privado: los asuntos colectivos se administran como si fueran los de una empresa, de una parroquia o de una mafia criminal. Si por una razón nuestra democracia desmaya de debilidad es porque no hemos podido abolir “los privilegios, las prerrogativas y las franquicias del sistema feudal, heredados y codificados por la monarquía absoluta” (Paz). José María Luis Mora ya veía, en México y sus revoluciones, el vicio mayor del régimen independiente en sus primeros años: la empleomanía. En palabras de Denise Dresser, es nuestra actual República de cuates.

Dr. José María Luis Mora

La democracia ha resultado un engaño para muchos: no es lo que esperaban. Estos desilusionados aguardaban, con las manos extendidas como quien espera del cielo una lluvia ligera y fresca, una cosecha de flores y frutos de un árbol que no da flores ni frutos; sólo da sombra. A la democracia le pedimos todo, excepto lo que en realidad puede darnos. Cuando ganó la presidencia de México Vicente Fox, en todas las plazas del país hubo fiesta. El júbilo duró lo que dura la emoción previa al encuentro de los amantes primerizos. Llegamos a la democracia sin previa experiencia. La pensamos durante doscientos años: era un deseo colectivo, una exigencia justa. No sabíamos qué era. Sufríamos en cambio –lo llevábamos escaldado en la piel, en la sangre, en los huesos– la hiel amarga de las crisis económicas, la última de las cuales le arrebato a las clases medias y pobres su patrimonio inmobiliario y a las más pobres las lanzó al extremo. La inexperiencia nos indujo a un error fatal: la democracia que celebramos el año 2000 era un punto de partida, no de llegada. En su artículo El retroceso de la democracia publicado en la edición actual de Foreign Policy, Richard Youngs advierte: “La idea de que hay que sacrificar la democracia en nombre de la justicia social y del crecimiento económico ha vuelto a encontrar eco entre muchos analistas, (pero) Numerosos estudios prueban que entre la democracia y el crecimiento económico no tiene por qué salir perdiendo ninguno de los dos”.

Octavio Paz

Sin embargo, el cambio democrático en México quedó reducido a la expresión de Octavio Paz en Tiempo nublado: “Quítate tú para ponerme yo”. La simplificación política consistió en la creencia generalizada de que el problema de México era el PRI, los malos; si quitamos a los malos y ponemos en su lugar a los buenos, lo demás es la añadidura que desgrana honradez, civilidad y prosperidad. El engreimiento democrático tiene un doble filo, dos extremos que se juntan: el defecto y el exceso. En el primer caso, el defecto es la creencia de que la democracia es una votación y nada más. Es una creencia ingenua. En el segundo, es la creencia de que la democracia es una totalidad que todo lo abarca y resuelve. Es una creencia más ingenua que la anterior. Y entre una y otra yace la verdadera complejidad democrática, una tarea por desentrañar.
El cambio democrático en México no llevó a cabo su primera tarea: cambiar las reglas. Si el orden jurídico nacional fue diseñado como un laberinto de vaguedades para que su aplicación albergara el blanco y el negro a la vez, el PAN en el gobierno renunció a su primera obligación histórica: “preparar el futuro” (Octavio Paz). No lo han hecho; creo que no lo sabían ni lo saben; creo que ni siquiera lo han intentado. Se impuso el pragmatismo electoral. Contra lo que supone Paz, no hay contradicción entre la tarea de preparar el porvenir democrático y la de ganar las elecciones. Lo cierto es que no se ha abonado la tierra para que florezca un futuro menos injusto, desigual e inequitativo. ¿Qué ha cambiado? Sería necio negar algunos avances reales. Pero, con ellos, los poderes supra reales están metidos hasta la médula de las instituciones públicas, desde los ayuntamientos hasta Los Pinos.
¿Quién gobierna México? Denise Dresser explica: la manipulación del mercado por unos cuantos hombres que disponen de un inmenso poder económico y mediático (el monopolio de Carlos Slim y el duopolio de Televisa y Televisión Azteca) impiden la competencia. Donde no hay competencia no hay competitividad, y donde no hay competitividad no hay crecimiento económico. El silogismo es falso. Hay que volver a El Progreso improductivo de Gabriel Zaid: la meta del crecimiento económico es ridícula: la verdadera meta es aumentar la satisfacción de las necesidades, empezando por las necesidades básicas de todos, ya sea dentro o fuera del mercado. Para muchos, Slim y Salinas Pliego son dos villanos ejemplares. Pero hay una realidad peor: en los tres órdenes de gobierno y en todos los niveles administrativos los vicios del patrimonialismo son los mismos que enunciaba Paz: corrupción, favoritismos y arbitrariedad. Por si fuera poco, durante el gobierno de Vicente Fox se incrementó el gasto corriente en un 30 por ciento. ¿Y el gasto social? Diferentes estudios calculan que sólo el 25 por ciento de los recursos aprobados llega a los beneficiarios. De cada peso, 75 centavos se quedan en el camino de la intermediación burocrática. Hay más: una declaración oficial reciente nos informa que sólo en el primer trimestre del 2008 no se ejercieron 7 mil 500 millones de pesos, destinados a infraestructura educativa y de salud. El Estado también padece del mal que previene: la obesidad. Cada vez es más gordo y por eso cada vez es más lento y pazguato.
Propone Denise Dresser regular el mercado para impedir su manipulación. Tiene razón: el mercado libre sólo es libre cuando tiene límites claros y cuando el Estado impone su poder para que se respeten. Sólo entonces podemos hablar con propiedad de la supremacía del Estado. En cambio las actividades económicas de las pequeñas empresas y cientos de miles de negocios también pequeños padecen el calvario de la sobre regulación, no obstante que generan el 80 por ciento de los empleos en este país. Nada es más complicado en México que emprender la más sencilla y noble de las necesidades humanas, la de ganar el pan de cada día.

Denise Dresser

Ha fallado el modelo económico mexicano, sentencia Denise Dresser. Es un cliché académico. Lo digo porque esa frase es el estribillo cotidiano que se canta en las aulas y los cubículos. El sonsonete me ha causado un prejuicio incurable. ¿Qué significa exactamente decir que ha fallado el modelo económico mexicano? ¿Hay un modelo económico mexicano? ¿Se refiere la escritora a las normas constitucionales en materia económica a los artículos 25, 26, 27 y 28? La solución de Denise Dresser es contundente: la mezcla correcta de Estado y mercado, de innovación y competitividad. ¿Una mezcla? ¿Dónde queda en esa mezcla la democracia?
¿Capitalismo democrático? Sobre este punto me quedo con las dudas de Makar, el célebre personaje de Platónov.
COLOFÓN
En su artículo de hoy en El Universal (Por una nueva economía), Jean Meyer escribe:
Su discurso de Harvard (de Alexánder Solzhenitsyn), muy mal recibido en Harvard y en el resto del mundo, nos invitaba a la moderación, al respeto de la naturaleza, a una revisión de las pautas que seguimos. Él nos advirtió que la meta no podía ser la de un crecimiento sin fin, y hoy en día se burlaría de nuestros dirigentes políticos, de sus asesores económicos y de los empresarios y financieros que hablan de “recuperar el crecimiento económico”; su única preocupación es saber cuánto tardará, pero no ponen en duda esa meta única y absoluta: crecer, crecer... Esa obsesión ha infectado hace años hasta la academia que publica en sus informes anuales gráficas que siempre deben ir a la alza, como los planes quinquenales soviéticos. Dicha obsesión capitalista la compartieron todos los regímenes comunistas. ¡Qué falta de imaginación, la nuestra! Solzhenitsyn hablaba de justicia y amor al prójimo y proponía no pasar hambre, sino frenar un consumo insaciable, fuente de frustración en su satisfacción misma: ¿cuánto más dinero, cuántas cosas más, iPod, iPhone, coches, viajes, ropa, necesitamos? ¿Qué es suficiente y qué es demasiado?

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