lunes, 9 de febrero de 2009

Memoria de gratitudes (2)

Andréi Platónov en 1922
9 de febrero

Se ha sabido siempre que no es lo mismo estudiar que leer, consultar un dato en un libro especializado que deletrear las palabras de un poema, hojear de corrido un informe burocrático que seguir párrafo a párrafo una novela o un cuento. Por lo general, un gran libro se puede leer, como cualquiera otro, de principio a fin; pero si es un gran libro se puede abrir en la página que sea y a cualquier hora del día o de la noche. Abierto al azar como se escoge una carta en el abanico de una baraja, el gran libro te responde con una sorpresa: un hecho extraordinario, una idea sugerente o un diálogo dramático. La excepción que confirma la regla son los libros de aventuras, pero aún entre éstos hay de libros a libros. Como sea, abrir un gran libro tiene sus riesgos. El más temible puede ser el de que nos lance un chorro de agua helada en el blando y cálido colchón de la conciencia.

En una historia de Andréi Platónov (1899-1951) titulada Entre animales y plantas (escrito en 1936), Iván Alexeséyevich es un humilde empleado ferroviario en una aldea de la legendaria Ucrania. Es una persona de bien, pero su esposa lo cela todo el tiempo. Él responde con un argumento que no deja lugar a dudas: “Mi corazón es pequeño y sólo tiene sitio para ti”. Justamente porque Iván Alexeséyevich tiene el corazón tan pequeño no alcanza a comprender de qué manera podría él ayudar a construir el socialismo. Además, él, un solitario e individualista contra revolucionario, sólo se interesa por la brevedad de la vida que pasa a momento a momento.

Lo que verdaderamente disfruta Iván Alexeséyevich es adentrarse en el bosque con el pretexto de la cacería. Se detiene durante horas contemplando los detalles mínimos de plantas y animales. Visto desde nuestra perspectiva, es un loco. Por ejemplo, observa un ejército de diligentes hormigas que a sus pies cargan sus enseres domésticos como personas pequeñas y honestas, aunque en esencia no dejan de ser unas criaturas viles, iguales en carácter a un terrateniente, como que se pasan la vida acarreando bienes para su reino, explotando a los animales pequeños y grandes con los que se ponen de acuerdo.

Pero lo que quiero destacar de Iván Alexeséyevich es su forma de leer. Por ejemplo, un día un camarada de la Unión de Escritores le regaló, por su obsequiosa obediencia, el libro Los viajes de Marco Polo, que comenzó a leer a partir de la página veintiséis. Creía que los escritores, al principio, sólo piensan, lo cual es muy aburrido; lo más importante, creía, aparece a la mitad del libro o al final, y por eso Iván Alexeséyevich leía los libros a salto de mata: lo mismo los abría en la página cincuenta que en la doscientos catorce. Y aunque todos los libros le resultaban interesantes, leerlos a salto de mata era más interesante aún, porque el lector tenía que imaginar todo lo que se había saltado. Por lo menos esto fue lo que entendió Iván Alexeséyevich de lo que discurseó el camarada representante de la Unión de Escritores acerca de la discusión creativa. Otro libro, algo sobre la construcción del socialismo, lo leyó de atrás para adelante; el libro le pareció bueno y la lectura le resultó muy provechosa. Concluyó que leído de principio a fin el libro era malo.

Con este sistema de leer a salto de mata, Iván Alexeséyevich leía los libros desde la mitad, desde el final, alternando una o dos páginas; leía con cualquier método que le resultara interesante y disfrutaba de aquellos pensamientos superiores y ajenos tanto como con su propia imaginación adicional. Dicho con sencilla contundencia, Iván Alexeséyevich era un magnífico lector. Disfrutaba los libros y su imaginación se alimentaba con esos métodos azarosos. Pero un día un libro lo entristeció para siempre. Era un libro de materialismo dialéctico; comprendió que en su interior actuaba la contradicción. Se enfermó de una tristeza oscura y ajena. Entonces se fue a Moscú, donde lo ascendieron y premiaron.


Tumba de Andréi Platónov en el cementerio armenio de Moscú

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