“Ante la ley hay un guardián. Ante ese guardián llega un hombre de campo y le pide ser admitido en la ley. Pero el guardián dice que por ahora no puede permitir la entrada”.
F. Kafka. Ante la ley
Somos muy buenos en el diseño de carteles y en la imaginación publicitaria. Eso dicen nuestros clientes.
Algunas empresas e instituciones nos ofrecen buenos contratos, pero nos exigen constituirnos en una empresa, y de nada ha valido que les respondamos que ya somos empresarios.
“Una empresa –nos dicen– debe estar legalmente constituida como sociedad. Esto les abrirá muchas puertas.
Lo hacemos. Ya se sabe: notario, hacienda, cuenta bancaria, uso de suelo y otros escondrijos burocráticos.
Un préstamo nos permitió cubrir los gastos. Tenemos dos computadoras y nos instalamos en un terrenito que heredé de mi madre, con apenas dos cuartos. No se necesita más.
– ¿No será conveniente tomar un curso para emprendedores?– me dice mi socio.
Fuimos a preguntar. El problema mayor era el costo del curso: treinta mil pesos. Sin embargo, nos tenían una buena sorpresa: el gobierno nos subsidiaba y cada uno de nosotros sólo debía pagar la ridícula cantidad de 6 mil pesos por un curso de seis meses en el Tecnológico de Monterrey.
Preferimos seguir trabajando en uno de los cuartos del terrenito, localizado a un lado de la vía del ferrocarril, distante unos quinientos metros del caserío.
Nos cayeron encima los trámites municipales. Nos pusimos a cumplirlos.
No pudimos obtener el visto bueno de los vecinos porque no teníamos vecinos.
No pudimos fotografiar las casas de los vecinos porque no había casas de vecinos.
En esas vueltas andábamos –suplicando y replicando– cuando llegaron los empleados de protección civil.
Extinguidor, instalación eléctrica, tanque de oxígeno, pintura ininflamable, instalaciones certificadas para evitar escurrimientos de residuos peligrosos, etcétera. Los cumplimos de inmediato. Sólo teníamos un par de computadoras y un altero de revistas de diseño.
Primer problema: carta oficial de PEMEX en que constara que por el lugar no pasaba un gaseoducto. Nos llevó dos meses conseguir la carta, pues los asuntos de seguridad nacional no admiten excepciones.
Segundo problema: salida de emergencia y ruta de evacuación.
El técnico de protección civil determinó que la salida de emergencia debía dar a campo abierto.
–Alrededor todo es campo abierto, y además a este lugar no viene nadie. Aquí trabajamos y somos nosotros lo que mandamos por correo los proyectos o los llevamos directamente los clientes.
– Entonces –precisó el dictaminador– la salida de emergencia debe dar al poniente.
– ¿No importa que al poniente esté la vía del tren? –preguntamos con una ingenuidad de la que estamos arrepentidos.
– Ah, no, en tal caso debe dar al oriente–, señaló con el dedo el que parecía el jefe.
– Pero en el oriente hay una pendiente que puede ser peligrosa, sobre todo en época de lluvias –respondimos con una ingenuidad de la estamos arrepentidos.
– Ah, no, entonces la salida de emergencia debe dar al norte.
– Pero en el norte hay cientos de garambullos y nopaleras– replicamos con una ingenuidad de la que estamos arrepentidos.
– Ah, no, entonces debe ser al sur –dijo el que parecía más experimentado.
– Pero en el sur está la puerta de entrada–, explicamos con una ingenuidad de la que estamos arrepentidos.
Los empleados de protección civil se fueron y a los quince días conocimos una copia del dictamen:
“El lugar no cumple con las normas oficiales de protección civil. Carece de posibilidades de salida de emergencia”.
De regreso, mi socio comentó con desaliento:
“Ni los gastos del notario, de hacienda, de la cuenta bancaria y de los cuarenta y siete trámites cumplidos vamos a recuperar. Adiós a los proyectos que nos iban a dar en las empresas”.
– No te desanimes– dije en un tono del que estoy arrepentido–; mejor vamos a pedir prestados los doce mil pesos para tomar el curso de emprendedores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario