Ocurrió en el hospital San Esculapio de la Sagrada Familia.
Sé el nombre del médico, pero basta con decir que es un chafallón de alcantarilla.
Una niña es llevada al hospital por su preocupada madre, que tuvo que pedir permiso en su trabajo en cuanto le avisaron que su hija había tenido un accidente durante el recreo.
En la disputa por una pelota, un niño le sorrajó un frentazo en la nariz. La pequeña perdió la conciencia. La madre, después de firmar no sé qué papeles que eximían de responsabilidad a la escuela, la traslada al hospital mencionado, institución señera y ceñuda de la ciudad con la cual la escuela tiene contratado el seguro médico contra accidentes.
Le asignan al instante un cuarto. A la media hora llega el especialista. La ve y de inmediato le dice a la apurada madre que había que operar: una pequeña fractura en la nariz y un fuerte golpe en la ceja izquierda.
– Necesito que me adelante siete mil pesos –diagnostica el medicucho.
La madre, angustiada, aclara que la niña tiene seguro escolar y que conseguir esa cantidad es imposible de momento.
– Como quiera –responde el especialista, un tipo ventrudo con más sebo en la panza que las vacas de engorda–, pero si en este momento no me entrega siete mil pesos en efectivo, no la opero. Si usted gusta, llévese a su niña a otro hospital
El Otorrinolaringólogosupercalifragilisticoespialidoso sale del cuarto y se enfila bufando por el pasillo cenizo.
La madre sale del hospital, hace tres llamadas, toma un taxi y a las dos horas está de regreso con el efectivo. Busca al especialista y le entrega el dinero.
Un día después, la niña es dada de alta. Por el elevado monto de honorarios y hospital, el seguro escolar cubre solamente la mitad. El padre de la niña, un suertudo, pudo vender su coche en una tratada.
Ya en la calle, la niña lleva entre las manos la almohada desechable que le dieron al ser instalada en el cuarto del hospital San Esculapio de la Sagrada Familia. Una ganga: ciento cuarenta pesos.
Un buen detalle, creo yo.
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