sábado, 18 de mayo de 2013

La plaga

La enfermedad es la confesión del cuerpo.
O. Miłosz
He visto la plaga hace ya un buen tiempo, pero de lejecitos. Hace una semana una de sus bacterias estuvo a punto de inocularse en mi cuerpo, pero salvé la vida gracias a un requiebro goyesco que ya hubiera querido Juan Belmonte.

(Lo de “Juan Belmonte” es arbitrario; es obvio que no lo vi torear, pero acabo de releer la obra maestra de Manuel Chaves Nogales Juan Belmonte, matador de toros, y el nombre me pareció cortado a la medida).

He consultado en Internet y he preguntado a médicos de confianza. Nada. No hay tratamiento ni cura y ni siquiera algún paliativo para evitar que la bacteria –supongo que de origen animal– invada todo mi cuerpo, incluida el alma, que en mi caso se localiza en la médula espinal.

Consulté con un académico de la medicina y con absoluta claridad diagnosticó: “Es la aparición nucleada con subestructuras desarrolladas en el citoplasma”.

El peregrinar por consultorios y especialistas ha tenido resultados altamente positivos, pues se descartaron el síndrome de Münchhausen y la enfermedad de la esfera del reloj vacía, pero en cambio un estudio de las articulaciones mostró células delatoras del síndrome de Oblómov.

Un patólogo –también ejerce de huesero, chamán y físico cuántico– encontró pequeñas bacterias con forma espiral. “Tal vez –aventuró– es un problema fitosanitario, pero necesitamos hacerle estudios para saber si son patógenos, artrópodos o vertebrados”.

Consulté con el alergólogo. Me escuchó con atención unos minutos y me interrumpió: “No es mi especialidad”. Me dijo que no se había inventado aún una vacuna, me recetó un terroncito de azúcar y me recomendó preguntar en la secretaría de agricultura.

En SAGARPA me informaron que es un biotipo animal altamente peligroso, pero que no era de su competencia.

Acudí a la secretaría de salud y me informaron que la plaga ya era la primera causa de muerte en la ciudad. El secretario agregó que el grupo más vulnerable es el de los peatones. Me recomendó que acudiera a la dirección de tránsito.

En un mostrador de la dirección de tránsito, una señora obesa (y aviesa) determinó: “No podemos hacer nada, vaya al ministerio público”, y, apartando la vista, gritó: “El siguiente”.

Un amigo sacerdote, buena persona pero jesuita, propone un nombre provisional a la plaga que está matando a tanta gente en la ciudad: Mulieres pulsis (algo así como “Leidis en camioneta”). No me parece justo.

Un profesor chaparrito pero antropólogo opinó: “No te hagas bolas, es la deconstrucción post factual de la estructura sintáctica de la hermenéutica del espacio no euclidiano”.



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