Transcurrió ya más de una década desde que nos embarcamos en la normalidad democrática. El punto culminante –el banderazo de salida, digamos– fue tan sencillo como trascendente: las urnas electorales sufrieron el peor desahucio de la historia; el desalojo de ojos, manos, narices, prestidigitaciones, contorsiones y milagros fue firme pero pacífico; de las casillas fueron expulsadas todas aquellas sombras que esparcían suspicacia, incredulidad, resentimiento; de las estructuras electorales se quitaron las sillas que no hacían juego con la legalidad, la transparencia y la imparcialidad, y del entramado de las elecciones se desaguó el moho acumulado durante cien o más años. El sufragio efectivo, esa plancha de concreto que sostiene el edificio del juego democrático, oscila tambaleante en la tierra erosionada de la política mexicana. El arribo a la meta era, sin embargo, apenas el punto de arranque. Algunos de los viejos enemigos del voto libre pasaron a mejor vida, pero muchos otros mudaron de piel. No hay que cantar victoria, así sea porque la democracia, imperfecta por definición, no es una línea recta.
Un ideal tan simple como el sufragio efectivo sigue causando resistencias, dudas, resquemores y malas artes. El sufragio efectivo sigue siendo, para los protagonistas de la lucha por el poder, el enemigo a vencer (“el enemigo por vencer”, me corregiría mi maestra de gramática de tercero de primaria de la escuela Francisco I. Madero, turno vespertino, grupo B). El lema grabado indeleble en la conciencia de los partidos políticos bien pudiera ser “Todos unidos contra el sufragio efectivo” (TUCSE, por sus siglas en el idioma del cinismo). Este lema, por desgracia, es uno de los nutrientes de la cultura política de miles de ciudadanos y de centenas de analistas y politólogos. Se corrigió la mayor parte de los vicios que trampeaban las elecciones pero no parece que haya echado raíces el fundamento primario de la democracia: la elección libre de los gobernantes. Las supervivencias antidemocráticas no son pocas ni superficiales. Algunas se ocultan en dobles intenciones y otras se esconden en análisis de apariencia verdadera.
Algunos enemigos del sufragio efectivo son:
1. La política puede esperar, tenemos prioridades más urgentes.
El ideal de la elección libre de los gobernantes ha sido pospuesto infinidad de veces en nuestra historia: ora por la inmadurez del pueblo, ora por la paz del pueblo, ora por el progreso del pueblo, ora por el destino de la patria, ora porque tenemos otras prioridades. Hace unos días el senador priista Carlos Jiménez Macías declaró que las prioridades del país son económicas, no políticas (y en el aire se escucha el eco de la estruendosa máxima porfirista: “Poca política, mucha administración”). Ante la declaración del senador Jiménez Macías tenemos dos opciones: a) esperar la segunda venida del periodista Mr. James Creelman para saber si ya estamos maduros para pensar y discutir de política todos los días del año, y b) seguir el consejo que el dictador Francisco Franco le daba a uno de sus amigos íntimos: “Haga lo que yo: para no tener problemas, no se meta en política”.
2. El gobernante debe ganar las elecciones siguientes.
A un gobernador se le impone y él mismo se autoimpone la obligación política de operar con eficacia para que el candidato de su partido triunfe en las siguientes elecciones. Esta obligación es a su vez causa de la mayor parte de las prácticas antidemocráticas que, en conjunto, evidencian inequidad en la competencia. Se exalta al gobernador que gana las elecciones porque “supo operar” y se reprocha al que las pierde porque no “operó”. En caso de derrota se arguyen explicaciones tan burdas como cínicas: a) el gobernador “operó” en contra de su propio partido (¿“operó” qué, cómo, con quiénes, dónde?); b) los militantes inconformes con el candidato votaron en contra o no votaron o jugaron las contras; c) los programas sociales lograron “convencer” a miles de electores que, al final, marcaron la diferencia. El caso es que al gobernante se le impone una responsabilidad que no le compete. Hay buenos gobernadores cuyo partido pierde la sucesión y hay otros malísimos cuyo partido las gana. La obligación de un gobernador es gobernar bien, no ganar las siguientes elecciones; si el buen gobierno contribuye a que el votante sufrague por el candidato del partido en el poder, qué bien; pero es antidemocrático que se explique una derrota aduciendo que “no operó” suficientemente o que “operó en contra”. Estas creencias comunes a todos los partidos y que sostienen y publican muchos analistas son, en conjunto, uno de los enemigos del sufragio efectivo. Porque ¿qué significa “operar políticamente”? Si sus significados son: a) gobernar bien, con honradez, transparencia y resolviendo problemas comunes; b) ser factor de unidad partidista, de conciliación, civilidad, respeto y competencia equitativa; c) garantizar, dentro de sus atribuciones, el cumplimiento de la legislación democrática, respetar la autonomía del organismo electoral y del poder judicial, y d) abstenerse de intervenir en la vida interna de los partidos y cuidar que sus subalternos no aprovechen los cargos para favorecer al propio partido o perjudicar a los contrarios. . . si los significados de “operar políticamente” son los mencionados, retiro lo dicho. Pero la expresión común entre analistas y expertos de que un gobernante “sabe operar” políticamente (dicho en tono laudatorio) es una perversión cultural de la conciencia democrática.
3. Las alianzas políticas son malas.
¿Qué adjetivo falta a los tantos con que se ha escarnecido a las probables alianzas PAN-PRD para contender en algunas de elecciones estatales de este 2010? Se ha dicho que son un fraude electoral, una vergüenza; que trasgreden el decoro y el sentido del honor; que no puede mezclarse el agua y el aceite y que es una traición a los principios de cada partido. Los demonios de la ironía tienen dos opciones: a) se puede apelar a la "férrea" moral de Groucho Marx cuando expresaba: “¡Pues éstos son mis principios; si no le gustan, acá tengo otros!”, y b) se puede decir que la alianza PRD-PAN es tan natural como chiflar y tragar pinole al mismo tiempo o como cantar intercaladamente versos de la Internacional y el Himno a Cristo Rey a dos voces. Pero las alianzas no son malas en sí mismas; por el contrario, son legales y muchas veces son necesarias. Las del PAN-PRD son criticables porque no son democráticas; no hubo, en su construcción, un debate abierto entre los militantes de cada partido y en cada caso; las decidieron unos pocos, ignorando la opinión de miles o millones de ciudadanos. El punto fino de la ironía de algunas alianzas PAN-PRD es que llevan como candidato a gobernador a ¡un priista! Es decir, no hay alianza democrática sino un conglomerado de rencor, despecho y cinismo.
4. La imagen y la mercadotecnia ganan elecciones.
Los ciudadanos son tomados como clientes o cosas, no como seres pensantes, con dignidad y voluntad. El problema de la mercadotecnia política es que deshumaniza la política. La propaganda y el cuidado de la imagen son medios, no fines. Sin embargo, el gobernante de nuestros días se mantiene en campaña seis años; su meta es quedar bien con todos, no gobernar; el objetivo es el impacto mediático pero efímero, no el prestigio duradero. Milan Kundera llamó Imagología a este signo de nuestro tiempo. Hay que decir que se ha probado que la videocracia entontece la razón, el juicio; es decir, el sufragio efectivo.
5. El pueblo elige y el gobierno gobierna.
La separación elegir-gobernar no es tajante. El sufragio efectivo empieza con el voto libre y secreto, pero su efectividad trasciende la elección y mantiene su espíritu democrático durante el tiempo que dura el ejercicio del poder. El sufragio efectivo es la expresión entrelazada de civilidad y eficacia, de libertad e inteligencia; es un mandato político con órdenes precisas y contundentes y se dirige lo mismo a la autoridad que a los ciudadanos. Elegir libremente a los gobernantes es elegirlos para que cumplan ese mandato y que respondan de ello.
Un ideal tan simple como el sufragio efectivo sigue causando resistencias, dudas, resquemores y malas artes. El sufragio efectivo sigue siendo, para los protagonistas de la lucha por el poder, el enemigo a vencer (“el enemigo por vencer”, me corregiría mi maestra de gramática de tercero de primaria de la escuela Francisco I. Madero, turno vespertino, grupo B). El lema grabado indeleble en la conciencia de los partidos políticos bien pudiera ser “Todos unidos contra el sufragio efectivo” (TUCSE, por sus siglas en el idioma del cinismo). Este lema, por desgracia, es uno de los nutrientes de la cultura política de miles de ciudadanos y de centenas de analistas y politólogos. Se corrigió la mayor parte de los vicios que trampeaban las elecciones pero no parece que haya echado raíces el fundamento primario de la democracia: la elección libre de los gobernantes. Las supervivencias antidemocráticas no son pocas ni superficiales. Algunas se ocultan en dobles intenciones y otras se esconden en análisis de apariencia verdadera.
Algunos enemigos del sufragio efectivo son:
1. La política puede esperar, tenemos prioridades más urgentes.
El ideal de la elección libre de los gobernantes ha sido pospuesto infinidad de veces en nuestra historia: ora por la inmadurez del pueblo, ora por la paz del pueblo, ora por el progreso del pueblo, ora por el destino de la patria, ora porque tenemos otras prioridades. Hace unos días el senador priista Carlos Jiménez Macías declaró que las prioridades del país son económicas, no políticas (y en el aire se escucha el eco de la estruendosa máxima porfirista: “Poca política, mucha administración”). Ante la declaración del senador Jiménez Macías tenemos dos opciones: a) esperar la segunda venida del periodista Mr. James Creelman para saber si ya estamos maduros para pensar y discutir de política todos los días del año, y b) seguir el consejo que el dictador Francisco Franco le daba a uno de sus amigos íntimos: “Haga lo que yo: para no tener problemas, no se meta en política”.
2. El gobernante debe ganar las elecciones siguientes.
A un gobernador se le impone y él mismo se autoimpone la obligación política de operar con eficacia para que el candidato de su partido triunfe en las siguientes elecciones. Esta obligación es a su vez causa de la mayor parte de las prácticas antidemocráticas que, en conjunto, evidencian inequidad en la competencia. Se exalta al gobernador que gana las elecciones porque “supo operar” y se reprocha al que las pierde porque no “operó”. En caso de derrota se arguyen explicaciones tan burdas como cínicas: a) el gobernador “operó” en contra de su propio partido (¿“operó” qué, cómo, con quiénes, dónde?); b) los militantes inconformes con el candidato votaron en contra o no votaron o jugaron las contras; c) los programas sociales lograron “convencer” a miles de electores que, al final, marcaron la diferencia. El caso es que al gobernante se le impone una responsabilidad que no le compete. Hay buenos gobernadores cuyo partido pierde la sucesión y hay otros malísimos cuyo partido las gana. La obligación de un gobernador es gobernar bien, no ganar las siguientes elecciones; si el buen gobierno contribuye a que el votante sufrague por el candidato del partido en el poder, qué bien; pero es antidemocrático que se explique una derrota aduciendo que “no operó” suficientemente o que “operó en contra”. Estas creencias comunes a todos los partidos y que sostienen y publican muchos analistas son, en conjunto, uno de los enemigos del sufragio efectivo. Porque ¿qué significa “operar políticamente”? Si sus significados son: a) gobernar bien, con honradez, transparencia y resolviendo problemas comunes; b) ser factor de unidad partidista, de conciliación, civilidad, respeto y competencia equitativa; c) garantizar, dentro de sus atribuciones, el cumplimiento de la legislación democrática, respetar la autonomía del organismo electoral y del poder judicial, y d) abstenerse de intervenir en la vida interna de los partidos y cuidar que sus subalternos no aprovechen los cargos para favorecer al propio partido o perjudicar a los contrarios. . . si los significados de “operar políticamente” son los mencionados, retiro lo dicho. Pero la expresión común entre analistas y expertos de que un gobernante “sabe operar” políticamente (dicho en tono laudatorio) es una perversión cultural de la conciencia democrática.
3. Las alianzas políticas son malas.
¿Qué adjetivo falta a los tantos con que se ha escarnecido a las probables alianzas PAN-PRD para contender en algunas de elecciones estatales de este 2010? Se ha dicho que son un fraude electoral, una vergüenza; que trasgreden el decoro y el sentido del honor; que no puede mezclarse el agua y el aceite y que es una traición a los principios de cada partido. Los demonios de la ironía tienen dos opciones: a) se puede apelar a la "férrea" moral de Groucho Marx cuando expresaba: “¡Pues éstos son mis principios; si no le gustan, acá tengo otros!”, y b) se puede decir que la alianza PRD-PAN es tan natural como chiflar y tragar pinole al mismo tiempo o como cantar intercaladamente versos de la Internacional y el Himno a Cristo Rey a dos voces. Pero las alianzas no son malas en sí mismas; por el contrario, son legales y muchas veces son necesarias. Las del PAN-PRD son criticables porque no son democráticas; no hubo, en su construcción, un debate abierto entre los militantes de cada partido y en cada caso; las decidieron unos pocos, ignorando la opinión de miles o millones de ciudadanos. El punto fino de la ironía de algunas alianzas PAN-PRD es que llevan como candidato a gobernador a ¡un priista! Es decir, no hay alianza democrática sino un conglomerado de rencor, despecho y cinismo.
4. La imagen y la mercadotecnia ganan elecciones.
Los ciudadanos son tomados como clientes o cosas, no como seres pensantes, con dignidad y voluntad. El problema de la mercadotecnia política es que deshumaniza la política. La propaganda y el cuidado de la imagen son medios, no fines. Sin embargo, el gobernante de nuestros días se mantiene en campaña seis años; su meta es quedar bien con todos, no gobernar; el objetivo es el impacto mediático pero efímero, no el prestigio duradero. Milan Kundera llamó Imagología a este signo de nuestro tiempo. Hay que decir que se ha probado que la videocracia entontece la razón, el juicio; es decir, el sufragio efectivo.
5. El pueblo elige y el gobierno gobierna.
La separación elegir-gobernar no es tajante. El sufragio efectivo empieza con el voto libre y secreto, pero su efectividad trasciende la elección y mantiene su espíritu democrático durante el tiempo que dura el ejercicio del poder. El sufragio efectivo es la expresión entrelazada de civilidad y eficacia, de libertad e inteligencia; es un mandato político con órdenes precisas y contundentes y se dirige lo mismo a la autoridad que a los ciudadanos. Elegir libremente a los gobernantes es elegirlos para que cumplan ese mandato y que respondan de ello.
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