Querétaro bien pudo ocupar, a partir de enero de 2010, el liderazgo nacional e internacional del Bicentenario de la Independencia. El año ya va muy avanzado y aún no sabemos qué significados históricos son los que corresponden a la participación de la sociedad queretana de la primera década del siglo XIX en la gestación cultural y revolucionaria de la Independencia. Los queretanos no han sido precisamente buenos historiadores. En el siglo XIX destaca, de la escuela romántica, Félix Osores, que además de ser diputado a las Cortes de España de 1814 y 1820 y al Constituyente de 1823-1824, llevó a cabo una tarea (“harto incompleta y defectuosa”: Luis González y González), con sus adiciones a la Biblioteca de José Mariano Beristáin; y de la escuela ecléctica sobresale Valentín F. Frías con sus Ensayos bibliográficos. Sin embargo, Frías se ganó la popularidad con las Leyendas y tradiciones queretanas, un libro que no ha dejado de publicarse y venderse. A propósito, ¿por qué no publicar, para conmemorar el centenario de la Revolución, el Tomochic de Heriberto Frías (un autor que “espera y merece reivindicaciones”: Max Aub)? ¿Por qué no una edición digna y comentada de sus relatos completos? Quedaría muy bien para noviembre.
La memoria ha sido, entre nuestros historiadores, aburrada y aburrida. Los historiadores queretanos, hasta bien entrados los años ochenta del siglo XX, sólo revolcaron los mitos y leyendas del siglo XIX. Fueron historiadores románticos hasta la cursilería; en el mejor de los casos, fueron herederos muy tardíos de Carlyle, pero sin el talento de Carlyle.
Una buena decisión del gobernador José Calzada sería la de instituir la Cátedra Internacional Ezequiel Montes. ¿Y por qué no “Cátedra Internacional Corregidora de Querétaro”? No tengo más argumento que el hecho lamentable de que la Corregidora acabó convertida en un estadio de fútbol (“mundialista, por favor”). Además, de Josefa Ortiz de Domínguez se han escrito y contado muchas mentiras. Es nuestra figura maniquea: la glorificación excelsa de un lado y la difamación grosera del otro. Nos hace falta una buena biografía de la Corregidora. ¿Por qué no aprovechar la ocasión para invitar a un historiador renombrado a escribir una biografía de esta interesante mujer, a la que tenemos tan cercanamente desconocida? ¿Por qué no plantearle el proyecto a Jean Meyer, que en su obra reciente ha llevado a cabo una inteligente conjunción de historia y literatura, sin confundirlas? Meyer publicó en 1989 A la voz del rey, historia situada en 1801 en los alrededores de Tepic, y más recientemente una brillante historia de Nayarit. Su pulcritud histórica y su talento literario son indiscutibles en Yo, el francés, sobre la oficialidad francesa durante los años de la Intervención francesa. Porque la Corregidora, hasta hoy, ha sido objeto de un culto que la tiene completamente petrificada. De su presencia entre los insurgentes sabemos poco y del ser humano sabemos menos, a no ser por los clichés que se repiten irreflexivamente.
Me gusta mucho más, como cátedra internacional, la figura de Ezequiel Montes (Bernal, alcaldía mayor de Cadereyta, Querétaro, 26 de noviembre de 1820-Ciudad de México, 5 de enero de 1883). Ezequiel Montes es en la actualidad una calle ancha que se quiere pavimentar. Si uno consulta al vuelo el nombre “Ezequiel Montes” en la red, nos enteramos de que es un pueblo, una ciudad, un municipio; que hay ofertas de hoteles, restaurantes, empleos, comercios y relaciones de amor y amistad. En la página oficial del gobierno municipal no hay una sola mención al personaje. Pero Ezequiel Montes nos queda más cercano de lo que imaginamos: además de colaborar con Juárez en la Secretaría de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, luego ministro de Relaciones Exteriores con Comonfort, su responsabilidad política más significativa fue como enviado extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede, en uno de los momentos más críticos de la década de 1850, cuando se habían expedido las leyes más combatidas por el clero mexicano (La Ley Juárez y la Ley Lerdo). Me cuenta un sacerdote católico que trabaja en El Vaticano que los archivos sobre las gestiones de Ezequiel Montes en Roma son de enorme relevancia histórica. Negociar el fin de la hostilidad clerical contra la Reforma fue una ingrata tarea diplomática cuya lección permanece, más en estos momentos en que nuestro pazguato Congreso se resiste a dialogar, negociar y decidir nuestros más agudos problemas públicos. ¿No se discuten aún los fueros eclesiástico y militar?
La Cátedra Internacional Ezequiel Montes consistiría en eso, en dos o tres grandes conferencias anuales. Este 2010 podrían ser más y los temas serían preferentemente el inicio de la Guerra de Independencia y otros hechos históricos del siglo XIX. Aún hay tiempo para invitar a los más importantes historiadores mexicanos y extranjeros. ¿Por qué no arrancar en julio, luego del primer informe del gobernador Calzada? Se podría invitar al historiador inglés David Brading, que estuvo en Querétaro en septiembre de 2009 y pasó inadvertido. Creo que aceptarían la invitación Meyer, Katz, Krauze, Villoro y otros de esa estatura intelectual. ¿Se imagina el lector un encuentro del Bicentenario con esos cinco pensadores en uno de los días previos al próximo 15 de diciembre? La presencia queretana en los medios masivos estaría prácticamente garantizada.
Entre julio y diciembre podría haber cuatro o cinco grandes conferencias. Además del interés intelectual que de suyo tiene escuchar a los mejores historiadores que han escrito sobre México, Querétaro tendría una presencia nacional con motivo del Bicentenario, nula hasta hoy. El gobierno de José Calzada ofrecería una imagen cultural del estado que puede ayudar a contrarrestar, aunque sea en parte, la inminente presencia de la delincuencia organizada y el incremento de la violencia. Y para los que no saben sino de números y finanzas, habría que recordarles que el gobierno del estado gasta mucho más en el pago de teléfonos celulares de los burócratas y en otras zarandajas por el estilo.
La Cátedra Internacional Ezequiel Montes sería permanente. Cada año podrían organizarse dos o tres grandes conferencias sobre internacionalismo. En el 2011, por ejemplo, el gobierno estatal podría promover la evaluación de la democracia en México y en el mundo. Pero pueden ser muchos otros temas: justicia, reforma política y económica, cultura y educación, parlamentarismo y gobernabilidad, urbanismo y calidad de vida, crecimiento y justicia social.
La Cátedra Internacional Ezequiel Montes podría organizar encuentros y coloquios nacionales e internacionales sobre los problemas que más preocupan a la sociedad mexicana. Se podría aprovechar a los historiadores locales. Entre una masa de académicos especialistas en al arte del fusil y la piratería (la notable excepción de Ángela Moyano confirma la regla), hay algunos estudiosos serios y responsables de la historia local que merecen el apoyo público.
¿Cómo nos vemos los queretanos en la historia local, regional y nacional? ¿Qué tan queretanos se sienten los miles de mexicanos y extranjeros que viven en Querétaro? ¿Cuál es la responsabilidad histórica de un gobierno democrático? No es solamente con en el futuro; también es con el pasado, con el que participamos en el parto de la Nación y en la construcción del país. La memoria es un deber colectivo y la Cátedra Internacional Ezequiel Montes cumpliría en parte con ese deber.
Y nos permitiría saber, además, que Ezequiel Montes no es sólo una calle que se quiere pavimentar o un municipio donde matan muchos puercos. Y podríamos descubrir que la Corregidora no es sólo un estadio mundialista (“de los más modernos del mundo, por favor”).
La memoria ha sido, entre nuestros historiadores, aburrada y aburrida. Los historiadores queretanos, hasta bien entrados los años ochenta del siglo XX, sólo revolcaron los mitos y leyendas del siglo XIX. Fueron historiadores románticos hasta la cursilería; en el mejor de los casos, fueron herederos muy tardíos de Carlyle, pero sin el talento de Carlyle.
Una buena decisión del gobernador José Calzada sería la de instituir la Cátedra Internacional Ezequiel Montes. ¿Y por qué no “Cátedra Internacional Corregidora de Querétaro”? No tengo más argumento que el hecho lamentable de que la Corregidora acabó convertida en un estadio de fútbol (“mundialista, por favor”). Además, de Josefa Ortiz de Domínguez se han escrito y contado muchas mentiras. Es nuestra figura maniquea: la glorificación excelsa de un lado y la difamación grosera del otro. Nos hace falta una buena biografía de la Corregidora. ¿Por qué no aprovechar la ocasión para invitar a un historiador renombrado a escribir una biografía de esta interesante mujer, a la que tenemos tan cercanamente desconocida? ¿Por qué no plantearle el proyecto a Jean Meyer, que en su obra reciente ha llevado a cabo una inteligente conjunción de historia y literatura, sin confundirlas? Meyer publicó en 1989 A la voz del rey, historia situada en 1801 en los alrededores de Tepic, y más recientemente una brillante historia de Nayarit. Su pulcritud histórica y su talento literario son indiscutibles en Yo, el francés, sobre la oficialidad francesa durante los años de la Intervención francesa. Porque la Corregidora, hasta hoy, ha sido objeto de un culto que la tiene completamente petrificada. De su presencia entre los insurgentes sabemos poco y del ser humano sabemos menos, a no ser por los clichés que se repiten irreflexivamente.
Me gusta mucho más, como cátedra internacional, la figura de Ezequiel Montes (Bernal, alcaldía mayor de Cadereyta, Querétaro, 26 de noviembre de 1820-Ciudad de México, 5 de enero de 1883). Ezequiel Montes es en la actualidad una calle ancha que se quiere pavimentar. Si uno consulta al vuelo el nombre “Ezequiel Montes” en la red, nos enteramos de que es un pueblo, una ciudad, un municipio; que hay ofertas de hoteles, restaurantes, empleos, comercios y relaciones de amor y amistad. En la página oficial del gobierno municipal no hay una sola mención al personaje. Pero Ezequiel Montes nos queda más cercano de lo que imaginamos: además de colaborar con Juárez en la Secretaría de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, luego ministro de Relaciones Exteriores con Comonfort, su responsabilidad política más significativa fue como enviado extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede, en uno de los momentos más críticos de la década de 1850, cuando se habían expedido las leyes más combatidas por el clero mexicano (La Ley Juárez y la Ley Lerdo). Me cuenta un sacerdote católico que trabaja en El Vaticano que los archivos sobre las gestiones de Ezequiel Montes en Roma son de enorme relevancia histórica. Negociar el fin de la hostilidad clerical contra la Reforma fue una ingrata tarea diplomática cuya lección permanece, más en estos momentos en que nuestro pazguato Congreso se resiste a dialogar, negociar y decidir nuestros más agudos problemas públicos. ¿No se discuten aún los fueros eclesiástico y militar?
La Cátedra Internacional Ezequiel Montes consistiría en eso, en dos o tres grandes conferencias anuales. Este 2010 podrían ser más y los temas serían preferentemente el inicio de la Guerra de Independencia y otros hechos históricos del siglo XIX. Aún hay tiempo para invitar a los más importantes historiadores mexicanos y extranjeros. ¿Por qué no arrancar en julio, luego del primer informe del gobernador Calzada? Se podría invitar al historiador inglés David Brading, que estuvo en Querétaro en septiembre de 2009 y pasó inadvertido. Creo que aceptarían la invitación Meyer, Katz, Krauze, Villoro y otros de esa estatura intelectual. ¿Se imagina el lector un encuentro del Bicentenario con esos cinco pensadores en uno de los días previos al próximo 15 de diciembre? La presencia queretana en los medios masivos estaría prácticamente garantizada.
Entre julio y diciembre podría haber cuatro o cinco grandes conferencias. Además del interés intelectual que de suyo tiene escuchar a los mejores historiadores que han escrito sobre México, Querétaro tendría una presencia nacional con motivo del Bicentenario, nula hasta hoy. El gobierno de José Calzada ofrecería una imagen cultural del estado que puede ayudar a contrarrestar, aunque sea en parte, la inminente presencia de la delincuencia organizada y el incremento de la violencia. Y para los que no saben sino de números y finanzas, habría que recordarles que el gobierno del estado gasta mucho más en el pago de teléfonos celulares de los burócratas y en otras zarandajas por el estilo.
La Cátedra Internacional Ezequiel Montes sería permanente. Cada año podrían organizarse dos o tres grandes conferencias sobre internacionalismo. En el 2011, por ejemplo, el gobierno estatal podría promover la evaluación de la democracia en México y en el mundo. Pero pueden ser muchos otros temas: justicia, reforma política y económica, cultura y educación, parlamentarismo y gobernabilidad, urbanismo y calidad de vida, crecimiento y justicia social.
La Cátedra Internacional Ezequiel Montes podría organizar encuentros y coloquios nacionales e internacionales sobre los problemas que más preocupan a la sociedad mexicana. Se podría aprovechar a los historiadores locales. Entre una masa de académicos especialistas en al arte del fusil y la piratería (la notable excepción de Ángela Moyano confirma la regla), hay algunos estudiosos serios y responsables de la historia local que merecen el apoyo público.
¿Cómo nos vemos los queretanos en la historia local, regional y nacional? ¿Qué tan queretanos se sienten los miles de mexicanos y extranjeros que viven en Querétaro? ¿Cuál es la responsabilidad histórica de un gobierno democrático? No es solamente con en el futuro; también es con el pasado, con el que participamos en el parto de la Nación y en la construcción del país. La memoria es un deber colectivo y la Cátedra Internacional Ezequiel Montes cumpliría en parte con ese deber.
Y nos permitiría saber, además, que Ezequiel Montes no es sólo una calle que se quiere pavimentar o un municipio donde matan muchos puercos. Y podríamos descubrir que la Corregidora no es sólo un estadio mundialista (“de los más modernos del mundo, por favor”).
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