Enrique Krauze
El liberal y demócrata mexicano Enrique Krauze se ha metido nuevamente en problemas. Su texto titulado The mexican evolution, publicado el pasado 23 de marzo en The New York Times, prendió las brasas de odio que arden con la más leve de las ventiscas. Las críticas de Krauze no fueron, sin embargo, un viento cualquiera –tampoco un ventarrón–, sino una de sus habituales esgrimas liberales con las que suele franquear el espeso bosque de las falsedades históricas, los equívocos democráticos, las trampas intelectuales y las mentiras disfrazadas de voluntad popular. México fue calificado en Estados Unidos como un ‘estado fallido’ y Krauze argumenta lo fallido del fallo. Los adjetivos ácidos le llueven ahora como aguacero de mayo, los cuales, como reza la fórmula notarial, se dan aquí por reproducidos como si a la letra se insertasen. Me llama la atención que se le descalifique con un sustantivo: “es judío”. El hecho sería irrelevante si no fuera porque muestra que en México sigue vivo nuestro antisemitismo tropical y que en la conciencia de muchos mexicanos sobrevive –oculta, simulada u obvia– la creencia de que los judíos tienen la culpa de uno, varios o todos los males de la humanidad. Pero ¿qué escribió Enrique Krauze para levantar la polvareda de dignidades ofendidas que circula en muchos medios de comunicación? Hizo lo que un liberal genuino lleva a cabo cotidianamente, una crítica liberal al liberalismo. Que se compare a México con Pakistán es mala fe; también hay ignorancia altanera, pues el país más poderoso del Planeta, el que tiene los intereses y recursos para mirar con precisión las realidades locales de todos los pueblos y sistemas políticos y económicos de la humanidad, el que ha logrado situar a treinta o cuarenta de sus universidades entre las mejores cien del mundo, también es el país que ignora y nos ignora. George Steiner, en Los libros que nunca he escrito, afirma que la enseñanza universitaria norteamericana es incomparable: “Es la primera en el mundo en ciencias puras y aplicadas y en estudios empresariales. América (Steiner también peca de ignorancia culposa al llamar “América” sólo a Estados Unidos) es el puntal de las publicaciones científicas, de la investigación médica, de la teoría y la tecnología de la investigación”. Sin embargo, la población norteamericana también sufre, tanto o más que las sociedades inglesa, francesa y alemana, los estragos de ese analfabetismo del que habla Steiner. Los norteamericanos están en todo el mundo y no conocen el mundo.
George SteinerLa mexicana es una democracia visiblemente imperfecta. Sus defectos son innegables pero sus avances son significativos. La nuestra no es, como señala Krauze, una democracia joven. Apenas es una democracia niña o aniñada: reboza puerilidad, capricho, egoísmo; es costosa, pachorruda, patosa. Pero ya es una democracia. No obstante, la crítica liberal al liberalismo, la que debemos pensar y debatir, es la crítica a la prensa escrita del país: “Los medios impresos de comunicación mexicanos no han sido libres del todo. Desde luego, la libertad de prensa es esencial para la democracia. Pero nuestros medios impresos de comunicación han ido más allá de la comunicación necesaria y legítima de información publicando cotidianamente las fotografías de los aspectos más atroces de la guerra contra el narcotráfico, una práctica que para algunos es una pornografía de la violencia. Las fotos de prensa publican horrores como cabezas decapitadas y proveen de publicidad gratuita a los cárteles de la droga. Esto también contribuye a hacer sentir a los mexicanos que también ellos son parte de un estado fallido” (traducción libre y al vuelo). El comentario crítico de Krauze le ha sumado un nuevo infundio: “Krauze ataca a la prensa mexicana”. No hay tal. Quien quiere leer mal, sea por prejuicio ideológico o dolencia estomacal, lee lo que le conviene. A mí me parece que el intelectual mexicano pone sobre la mesa pública un asunto siempre pospuesto: los límites de la libertad de expresión. Si en una acepción amplia y general del liberalismo convenimos en que es un conjunto de ideas, hipótesis y teorías acerca de los límites del poder para garantizar a los individuos el máximo posible de iniciativa y libertad, nada tiene de exótico que Krauze formule una crítica a los medios masivos de comunicación. En un artículo publicado un día antes de su fallecimiento (17 de septiembre de 1994), mi admirado maestro Karl Popper reflexiona, a propósito de la televisión, sobre la inutilidad de la censura, juicio que se puede aplicar a los demás medios. Lo cual no quiere decir, agrega, que dichos medios no estén sujetos a ciertos límites, a ciertos controles. En otra parte Popper nos interroga: ¿En qué medida tienen los pensadores libertad para publicar sus ideas? ¿Puede haber una completa libertad de publicar? ¿Debe haber una total libertad para publicar cualquier cosa?
Me parece que no hemos aprovechado la experiencia de algunos colegios gremiales y de profesionistas que, mediante una autorregulación ética, técnica y científica vinculantes, han logrado atemperar los excesos. En México la experiencia de los códigos morales de los gremios no es nueva. Por ejemplo, los colegios de notarios han uniformado algunos criterios básicos de actuación y regulado la conducta de quienes ejercen esta importante función pública; lo mismo ocurre con los peritos valuadores; lo he comprobado igualmente con los colegios de arquitectos, de ingenieros, de contadores. Los médicos, que antes fueron el modelo de colegiación profesional, han sido rebasados por la barbarie del mercantilismo, y los abogados no han iniciado realmente una colegiación que trascienda los intereses partidistas y el convivio social. Tenemos agrupaciones de periodistas, de periódicos y de medios electrónicos; pero, de forma paralela a la defensa de sus intereses, todavía no han asumido la tarea democrática de fijarse algunos límites. Medios escandalosos y sangrientos los hay en todas partes. Pero los más importantes, es decir los que se toman la libertad de expresión con seriedad, sólo pueden enorgullecerse de su ejercicio si cumplen los límites de una responsabilidad compartida.
Escribe Krauze que México no es un ‘estado fallido’ como tampoco lo fue Estados Unidos en la época del imperio criminal de Al Capone. En el segundo plan quinquenal de los Sóviets (1933-1937) se profetizó el fin de la historia de Estados Unidos. Fundaban su profecía en el número de páginas que los “periódicos burgueses” dedicaban al “héroe del día”. Al Capone batió el récord de atención de los medios de comunicación estadounidense, con más de un millón y medio de páginas. Del traficante se publicaron más de cinco mil fotografías, por encima de la información y fotografías que mereció el presidente Hoover. La prensa describía detalladamente todo lo que se refería al mafioso de Chicago y se exaltaba que poseía automóviles, vapores, aviones y “muchas otras cosas de las cuales no puede disponer un simple mortal” (ya se sabe que en la URSS todo el pueblo era un simple mortal. Mi querido amigo Vitali Shentalinski prueba en su trilogía sobre los archivos literarios de la KGB que más de dos mil escritores fueron asesinados en una década). El plan soviético agregaba que Al Capone era uno de los puntales de la sociedad burguesa, que “solamente en un estado de descomposición, de avanzada degeneración moral y espiritual de las clases reinantes en los países capitalistas pueden explicarse hechos semejantes”. Lo cierto es que la democracia norteamericana hizo posible el encarcelamiento de Al Capone y de los que le siguieron. México y Estados Unidos estamos condenados a entendernos. Y es que sólo la democracia, por defectuosa que sea o parezca, nos ofrece la fundada esperanza en un mundo menos injusto y cruel. De ahí el empeño racional por defenderla y consolidarla.
Escribe Krauze que México no es un ‘estado fallido’ como tampoco lo fue Estados Unidos en la época del imperio criminal de Al Capone. En el segundo plan quinquenal de los Sóviets (1933-1937) se profetizó el fin de la historia de Estados Unidos. Fundaban su profecía en el número de páginas que los “periódicos burgueses” dedicaban al “héroe del día”. Al Capone batió el récord de atención de los medios de comunicación estadounidense, con más de un millón y medio de páginas. Del traficante se publicaron más de cinco mil fotografías, por encima de la información y fotografías que mereció el presidente Hoover. La prensa describía detalladamente todo lo que se refería al mafioso de Chicago y se exaltaba que poseía automóviles, vapores, aviones y “muchas otras cosas de las cuales no puede disponer un simple mortal” (ya se sabe que en la URSS todo el pueblo era un simple mortal. Mi querido amigo Vitali Shentalinski prueba en su trilogía sobre los archivos literarios de la KGB que más de dos mil escritores fueron asesinados en una década). El plan soviético agregaba que Al Capone era uno de los puntales de la sociedad burguesa, que “solamente en un estado de descomposición, de avanzada degeneración moral y espiritual de las clases reinantes en los países capitalistas pueden explicarse hechos semejantes”. Lo cierto es que la democracia norteamericana hizo posible el encarcelamiento de Al Capone y de los que le siguieron. México y Estados Unidos estamos condenados a entendernos. Y es que sólo la democracia, por defectuosa que sea o parezca, nos ofrece la fundada esperanza en un mundo menos injusto y cruel. De ahí el empeño racional por defenderla y consolidarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario