George Orwell cuenta en su Diario de Guerra un chiste de dos judíos alemanes que se encuentran en un tren:
“Primer judío: ¿A dónde vas?
Segundo judío: A Berlín.
Primer judío: ¡Mentiroso! Lo dices sólo para engañarme. Sabes que si dices que vas a Berlín pensaré que vas a Leipzig y en realidad, asqueroso truhán, ¡vas a Berlín!”
Segundo judío: A Berlín.
Primer judío: ¡Mentiroso! Lo dices sólo para engañarme. Sabes que si dices que vas a Berlín pensaré que vas a Leipzig y en realidad, asqueroso truhán, ¡vas a Berlín!”
No sé si viene al caso. Lo recordé a propósito de la reunión del Consejo Nacional de Seguridad Pública en la que varios gobernadores criticaron la encuesta del Instituto de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI), una agrupación ciudadana cuyo objeto legal es precisamente el de conocer y difundir, en apoyo al poder público y a la sociedad, las distintas realidades de un problema complejo como el de la criminalidad y la violencia. Antes de entrar en las brechas siempre resbaladizas de los puntos de vista, los intereses y los enfoques, conviene poner atención en el camino, advertir la claridad de lo inequívoco: las reuniones de la república han mudado su sede, sus rituales, sus protocolos y sus reglas. De la pompa monárquica del Teatro de la República se ha transitado a una sala de trabajo; el objetivo de las reuniones republicanas no es ya la conmemoración festiva de un acontecimiento histórico sino el análisis de un problema grave de la sociedad y del Estado; los gobernadores ya no son invitados de honor que aplauden las proezas presidenciales sino actores que expresan su inconformidad y manifiestan la diversidad regional y estatal del país; los funcionarios federales (gobernación, procuraduría general de la república, seguridad pública) no son ya aquellos soldados imperturbables del presidencialismo autoritario, y el mismo presidente de la república, acotado por las nuevas realidades políticas del país, se ve compelido a fungir como un líder que media entre diferencias –independientemente del juicio que nos merezca el liderazgo de Felipe Calderón– y no el todopoderoso gobernante que lanza línea y exige obediencia. En la mutación política de las reuniones republicanas la democracia es la clave explicativa. Vista la mutación con los ojos de quienes vimos las reuniones de la república de José López Portillo, no podemos menos que advertir el avance democrático. La democracia, aunque pazguata y desgarbada, abre puertas y ventanas; es, por lo mismo, un punto de partida.
Los gobernadores no tienen la razón pero tienen razones. Las autoridades federales, tan hechas para explicar el país con la aritmética del escritorio, conocen poco y mal las realidades regionales y estatales del país que gobiernan. El hecho de que la encuesta sobre inseguridad provenga de una institución ciudadana no es garantía de absoluta fiabilidad, pero hacen mal los gobernadores en descalificarla, al menos en términos absolutos. Si un defecto básico tiene esa encuesta es su presentación. Si la criminalidad no sabe de fronteras, no parece acertado ofrecerla estatalmente, pues no refleja la complejidad regional del problema. Algunos gobernadores dudaron de la metodología, otros prescribieron su caducidad (¡como si estuviéramos a años luz del 2008!) y unos más se sintieron ofendidos porque en ella no se reflejan los avances del 2009. En los argumentos de los gobernadores hay un poco de todo. El de Chihuahua fue el más certero: ¿las virtudes son nacionales y los defectos son estatales? Su comentario apunta en la dirección que expongo: las variables regionales son insustituibles y no pueden estrecharse en el reducido marco del territorio estatal. Por ejemplo, comparados el territorio y la demografía de Chihuahua y Querétaro, la conclusión obvia es que el estado norteño es más seguro que el queretano. Un estado territorialmente pequeño y plano como Aguascalientes es más inseguro que Yucatán o Veracruz. Un espacio reducido de Ecatepec es más violento que toda la Tarahumara. Ciudad Juárez, una de las fronteras más violentas del mundo, no es, paradójicamente, la ciudad más insegura del país. La encuesta del ICESI no es solamente numérica; también es subjetiva, psicológica. Ya sabemos que no se puede explicar la inseguridad con la mera estadística delictiva. La sensación de inseguridad también es eso, una percepción. ¿Dónde se originan las percepciones de inseguridad? ¿Quién las fabrica y las difunde? ¿Quién matiza o magnifica la información, quién la esconde o la proclama, quién la muestra desinteresadamente o trafica con ella?
Los gobernadores no tienen la razón pero tienen razones. Las autoridades federales, tan hechas para explicar el país con la aritmética del escritorio, conocen poco y mal las realidades regionales y estatales del país que gobiernan. El hecho de que la encuesta sobre inseguridad provenga de una institución ciudadana no es garantía de absoluta fiabilidad, pero hacen mal los gobernadores en descalificarla, al menos en términos absolutos. Si un defecto básico tiene esa encuesta es su presentación. Si la criminalidad no sabe de fronteras, no parece acertado ofrecerla estatalmente, pues no refleja la complejidad regional del problema. Algunos gobernadores dudaron de la metodología, otros prescribieron su caducidad (¡como si estuviéramos a años luz del 2008!) y unos más se sintieron ofendidos porque en ella no se reflejan los avances del 2009. En los argumentos de los gobernadores hay un poco de todo. El de Chihuahua fue el más certero: ¿las virtudes son nacionales y los defectos son estatales? Su comentario apunta en la dirección que expongo: las variables regionales son insustituibles y no pueden estrecharse en el reducido marco del territorio estatal. Por ejemplo, comparados el territorio y la demografía de Chihuahua y Querétaro, la conclusión obvia es que el estado norteño es más seguro que el queretano. Un estado territorialmente pequeño y plano como Aguascalientes es más inseguro que Yucatán o Veracruz. Un espacio reducido de Ecatepec es más violento que toda la Tarahumara. Ciudad Juárez, una de las fronteras más violentas del mundo, no es, paradójicamente, la ciudad más insegura del país. La encuesta del ICESI no es solamente numérica; también es subjetiva, psicológica. Ya sabemos que no se puede explicar la inseguridad con la mera estadística delictiva. La sensación de inseguridad también es eso, una percepción. ¿Dónde se originan las percepciones de inseguridad? ¿Quién las fabrica y las difunde? ¿Quién matiza o magnifica la información, quién la esconde o la proclama, quién la muestra desinteresadamente o trafica con ella?
Los medios de comunicación suelen presentar, en vivo y a todo terror, las espectaculares detenciones de bandas delictivas o la comisión de un horrendo crimen. Los datos nos muestran que de cada diez detenidos, nueve son liberados en pocas horas por falta de elementos de prueba para consignarlos. Eso significa que las detenciones son arbitrarias, indiscriminadas, injustas. No es una casualidad: las autoridades policiales han entrado al juego del show mediático postulando una eficacia absolutamente ineficaz. La percepción obvia es que el país chorrea sangres por todos sus poros y que ha llegado la hora de desconfiar hasta de la propia sombra. Es criticable que las autoridades magnifiquen los logros policiales, que mediaticen los resultados o encubran su ineficiencia y corrupción, pero es más criticable que los medios informativos, en nombre de la libertad de expresión, abandonen la responsabilidad del juicio, evadan el deber de la suspicacia, desestimen la tarea de la propia indagación y minimicen su obligación electiva de jerarquizar.
En su defensa, los medios esgrimen con frecuencia el argumento del realismo. La realidad, dicen, es la realidad y hay que transmitirla tal cual. La realidad, sin embargo, no tiene una sola cara, y los medios de comunicación tienen para sí la responsabilidad de verla y plasmarla con veracidad proporcional y una crítica racional, inteligente y también proporcionada. La desproporción suele ser el peor defecto de los medios. Desfiguran el hecho, tuercen la escena, encajonan a los personajes. El eterno opositor no dice que el presidente Calderón se equivoca porque sus decisiones sean malas, sino que las decisiones son malas porque provienen del presidente Calderón. Informar y criticar de un modo automático es renunciar a la identidad del crítico, una manera de renunciar a la responsabilidad. Se suele decir que en materia de libertad de expresión es preferible el exceso que el defecto. La solución al dilema puede ser certera, pero el dilema es generalmente falso. No existe en los hechos esa polaridad. Entre el exceso y el defecto existe eso que Primo Levi llamaba la zona gris, un amplio campo de posibilidades de reflexión, interpretación y decisión informativas. Somos dados a formular los problemas de un modo extremo, tajante, maniqueo. Admiramos la valentía del crítico, no la calidad de la crítica o la veracidad proporcionada; exaltamos la estridencia antes que la mesura y el alarido antes que la temperancia. Cada vez que alguien grita “Esto o lo otro” es muy probable que esté renunciado a la razón, a la inteligencia. El ejercicio de la crítica es un privilegio del cual debemos responder. La primera responsabilidad mediática es con el sentido (de la verdad, de la justicia, de la libertad, de la democracia). El crítico “comprometido” puede ser admirable por su valentía, pero es más útil el crítico “responsable”, el que sabe que el privilegio de la crítica y de la información lleva implícitas todas las agravantes y ninguna atenuante.
¿Qué creer y a quiénes creer? No es un problema de creencias sino de inteligencia. Conviene aceptar aquello que más se acerque a nuestro sentido de la realidad. La proporción, que es la coherencia entre un hecho y su presentación pública, es imprescindible. Puede ser irrelevante que alguien diga que va a Berlín y que en realidad vaya a Berlín. Pero en el ámbito público las palabras y los hechos no viajan en diferente tren.
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