El gusto por determinada literatura –la de un país, un género, un tema– suele tener un origen nimio. ¿Por qué la afición a la literatura polaca?
Es una nadería. Cualquier respuesta de talladura intelectual sería una contestación desfigurada. La verdad –por lo menos la primaria– se debe a los nombres de las personas.
Es cierto, empecé mis lecturas de literatura polaca por donde –creo– empezamos muchos. Sí, por Sienkiewicz. Sí, claro, por Quo vadis (primero la película, después el libro). Pero casi enseguida descubrí en una librería polvorienta la Trilogía polaca. Lo demás es historia, varias décadas de encuentros deslumbrantes.
Descubrí que los polacos se llamaban igual que los viejos campesinos que conocí durante mi infancia en la milpa.
Don Etanislao tenía un caballo y por eso era el campesino más respetado del rancho.
Don Tadeo sembraba calabazas, cebollas y jitomates. Nosotros teníamos una vaca y mi madre intercambiaba leche por calabazas, cebollas y jitomates.
Don Ladislao tenía chivas y borregos. Mi madre, a hurtadillas de mi padre, colmaba varias cubetas de maíz para intercambiarlas por carne.
Don Casimiro era un tipazo. Era un hombre alto y forzudo. Se veía muy chistoso montado en un burro flaco y derrengado. Cuando pasaba por el arroyuelo de la milpa donde mi padre era mediero, me regalaba un cucurucho de chenguas.
Don Wenceslao era el mejor amigo de mi padre. Se iban juntos al Norte, a California, a la pisca.
En calidad de cargadores o macheteros, se iban juntos a Apatzingán y mi padre regresaba con sandías, melones y mangos para el chiquillerío que éramos.
El gusto literario vino mucho tiempo después. Tal vez se lo debo a Stanisław Lem.
Sin embargo, el recuerdo más triste me lo regaló un relato de Sienkiewicz: Memorias de un maestro de Poznan. El niño Michas sufre terriblemente la educación alemana que se impone a la dominada Polonia. Michas muere, aturdido por el encierro escolar.
Los profesores alemanes no pudieron, a pesar de la disciplina más atroz, erradicar de Michas el acento polaco.
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