El yo es un caballo de carreras en un ascensor
Roberto Matta
1
Un chiquillo de rostro pajizo reparte volantillos fotocopiados en una de esas calles donde la gente camina arrebujada en sus sueños. Es una suerte vivir en una ciudad donde hay un bote de basura cada diez metros: se pueden tirar de inmediato y con decencia los volantes y folletos que ofrecen ventas nocturnas, casas en fraccionamientos de ensueño, préstamos instantáneos, licenciaturas ejecutivas, proclamas para que la gente viva la cultura emprendedora y un oleaje descomunal de productos y servicios para adelgazar o para aumentar (hasta en un setenta por ciento) el vigor sexual. Una señora arrebolada de enjambres faciales camina, como dicen en Rusia, con todos los ojos; de su vestido penden ristras moradas que hienden el aire; empelota los folletos y los arroja al momento al bote de basura, a la vista de todos. Yo hago lo propio (menos impropio) y me deshago del papelerío un poco más adelante, con un disimulo ridículo.
Pero el papelillo que reparte el chiquillo de rostro de atonía intestinal no es cualquier oferta: es el anuncio de una conferencia en la Universidad Autónoma de Querétaro. Me llama la atención y lo leo: un tal Instituto de Desarrollo Humano invita a la conferencia “Autoliberación: herramientas para perdonar y liberar el alma”, que se impartirá en el auditorio Fernando Díaz Ramírez de la UAQ el viernes 29 de julio a las 19:30 horas. La entrada es libre y hay un número para informes y reservaciones. Aparece la foto del conferencista: cabeza alopécica, barba estropajosa, sonrisa fingida; es un tal Gurú Álvaro. No sé si “Gurú” es nombre propio, sustantivo, adjetivo, apodo, grado académico o título nobiliario. Sé que en las universidades hay gurúes, pero no he sabido de alguno que se autonombre. Sé que un gurú es exactamente lo contrario de un pensador libre, racional y crítico; sé que es un guía espiritual hinduista y que, por extensión, la communis opinio enjareta el apodo a especialistas de gran influencia: gurú de la filosofía, gurú de la política, gurú de la informática, etcétera.
No me la creo. Es decir, concedo el beneficio de la duda a la UAQ: no creo que haya prestado su mejor auditorio a un Gurú para que imparta una conferencia de superación personal. Parece un truco mercantil, porque ¿quién se puede creer que la máxima casa de estudios autorice a un camaján de rostro frailuco a ocupar la tribuna de tan honorable recinto?
2
Me quedo con la impresión de que se trata de una impostura, pues en el Auditorio Fernando Díaz Ramírez han tenido lugar acontecimientos académicos y culturales de gran relevancia para las ciencias, las humanidades y las artes. En ese recinto se ha escuchado la voz valiente de los críticos de la sinrazón y la injusticia; ahí mismo se han impartido conferencias magistrales y sesudas explicaciones de filósofos, antropólogos, psicólogos, historiadores, politólogos, sociólogos y comunicólogos; en ese auditorio los rectores rinden sus informes y dan cuenta de los avances académicos, de los trabajos de investigación científica de profesores empeñosos y sapientes, de logros sorprendentes en extensión universitaria y difusión de la cultura; en ese lugar han tenido lugar debates memorables que han hollado el pensamiento político y sociológico del país; de ese centro han emergido las propuestas electorales más avanzadas; en el auditorio se ha rendido justo homenaje a los personajes más destacados del intelecto, la filantropía y la trayectoria académica; también se han presentado libros y conciertos de renombrado nivel académico y estético. El Auditorio Fernando Díaz Ramírez es la continuación del Aula Magna del edificio de 16 de Septiembre, espacio de la razón donde, a mediados de 1950, José Vasconcelos habló de la misión de la universidad, donde Hugo Gutiérrez Vega, a mediados de 1960, defendió la razón, la cultura y la civilización contra la superchería, la barbarie y el despotismo; en el Aula Magna escuché a Manuel Lozada disertar sobre el pensamiento de Kant, Spengler, Santayana y Mauriac; ahí mismo, en 1969, un filósofo inglés que fue alumno de Bertrand Russel explicó la obra de este filósofo de la ciencia; en esa Aula Magna escuchamos la teoría marxista de la plusvalía, las teorías fenomenológicas, el existencialismo cristiano y no cristiano, el intuicionismo de Bergson y conferencias sobre Hegel, Nietzsche, Heidegger y otros de esa talla; ahí conocimos a María Zambrano (ya no traía enfundada la pistola con la que dicen que encañonó a Ortega y Gasset en 1936) y a pensadores de renombre internacional. ¿Cómo creer que un Gurú dicte en el Auditorio universitario una conferencia sobre las herramientas para perdonar y liberar el alma? Sinceramente, no creo que la UAQ haya prestado el auditorio. Una de dos: es un malentendido o el tal Gurú Álvaro utiliza el nombre de la Universidad para embaucar a quienes cavan escondrijos en suelos arenosos buscando lo que no existe. Creo que la Universidad lo desmentirá.
3
“Autoliberación” significa, sin darle vueltas a la palabra compuesta, “liberarse de y por uno mismo”. Eso es imposible. ¿Liberarse de uno y por uno mismo? Si el objetivo de la conferencia es liberar el alma, uno se puede preguntar ¿de qué y de quiénes? Y la pregunta de rigor es: ¿qué es el alma? Pregunto: ¿el objetivo es liberar el alma del cuerpo o liberar el alma de sí misma? ¿O las dos? En cualquier caso, liberar el alma del cuerpo ha de ser tan horrible como liberar el cuerpo del alma; si el caso fuera liberar el alma de sí misma corre el riesgo de: 1) No encontrarla y espesar la frustración en el intento; 2) Encontrarla y abrirle la puerta para que se eleve al neblinoso cielo; 3) Atraparla y hacerle una cirugía mayor para extirparle sus lebrastones; 4) Desenvainarla de sus entresijos y trillarla hasta exterminarla. Tal vez se trate de una descomposición químico-metafísica o de una deconstrucción que fragmente el alma en partículas elementales hasta reducirlas a motillas de polvo; pero entonces, cuando se descubra que en las partículas elementales no hay nada, lo difícil será volverlas a pegar. Las almas sujetas a la deconstrucción pueden acabar como las almas muertas de Gógol: siervos amortajados que se compran en paquete.
El Gurú ofrece herramientas para perdonar y liberar el alma. Eso de las herramientas no me queda claro. Con el significado de “medios” o “procedimientos” la denotación se la debemos al nazismo: “la automatización del espíritu”, decía Klemperer. En buen español las herramientas son herramientas: una llave inglesa, un desarmador, un martillo, un mazo, un sacacorchos, un destapador de caños, un bordón de palo, un cepillo para barrer las briznas, una palanqueta para detener una roca, una cuchilla para limar las rebabas. Sí, ya sé que es sentido figurado; pero también hay un sentido común. Chesterton diría que la mejor manera de perdonar es pidiendo perdón y perdonando. Esto último merece un complemento: tenemos un pensamiento científico, humanista, ético y religioso de miles de años; nuestra cultura cristiana es la más rica en valores prácticos (vale lo mismo para creyentes y no creyentes); las culturas milenarias de Oriente nos llegaron a través del Helenismo, y en México la cultura cristiana se enriqueció con las civilizaciones indígenas. Sin embargo, la ignorancia y el miedo aborregan a la gente y la llevan a comprar milagros de papel de estraza. La terapia actual no va más allá de frases hechas: “perdónate a ti mismo”, “ámate a ti mismo”, “sé tú mismo”; el Oráculo de Delfos se ha abaratado: “conócete a ti mismo”. Ahora se habla de “empoderarse”, una paparrucha autoritaria que tiene erizados a tantos. ¡Si empezaran por “empoderarse” de la gramática española ya sería un logro admirable! Tenemos un idioma de valores liberales y procedimientos democráticos para hacerlos realidad. Las modas estadounidenses son eso, modas, y aquí se vuelven modismos.
4
El título de una nota periodística me llevó a un equívoco. El título es: “Mi opinión es que no debería haber capillas en las universidades públicas”. Al instante estuve de acuerdo: en las universidades públicas las capillas ideológicas son círculos académicos herméticos y excluyentes. El declarante es el rector de la Universidad Complutense de Madrid. El equívoco se aclaró cuando leí que las capillas no eran sectas académicas sino espacios físicos para el oficio religioso. La declaración del rector obedeció a un altercado ocurrido en una de esas capillas: un grupo de unos 50 jóvenes (en su mayoría mujeres) irrumpió en una donde se encontraba un párroco y unas alumnas rezando. Rodearon el altar, algunas se desnudaron de la cintura para arriba y se besaron. La intolerancia de las despechadas las pinta no de la cintura para arriba sino de la boca hacia el cerebro. Mesurado, el rector no está de acuerdo en que haya capillas en las universidades públicas, pero condena la irrupción grosera de las intolerantes. De un modo sensato, los psicólogos exigen que en lugar de capillas se construyan clínicas. El caso es que se ha pedido al rector que sancione a los “profanadores” –así les llamó el Arzobispado de Madrid–, pero el rector no tiene elementos para identificarlos (as), pues las fotografías que tiene en su despacho no muestran los rostros.
Aclarado el equívoco, opino que en las universidades públicas (y particulares) no debe haber capillas de culto religioso. En la Complutense se puede llegar a un acuerdo: quitarlas o dejarlas; si se quitan, se puede construir una clínica, un laboratorio, una biblioteca; si se dejan, a ellas entra quien quiere. Pero las capillas ideológicas de las universidades son impenetrables; sus púlpitos son sagrados y los oficiantes rinden culto a unos y lanzan anatemas a otros; la coartada de la libertad de cátedra es perfecta: esconde a gurúes y profetas, y los alumnos-acólitos quedan a merced de predicadores y textos sagrados.
Roberto Matta
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Un chiquillo de rostro pajizo reparte volantillos fotocopiados en una de esas calles donde la gente camina arrebujada en sus sueños. Es una suerte vivir en una ciudad donde hay un bote de basura cada diez metros: se pueden tirar de inmediato y con decencia los volantes y folletos que ofrecen ventas nocturnas, casas en fraccionamientos de ensueño, préstamos instantáneos, licenciaturas ejecutivas, proclamas para que la gente viva la cultura emprendedora y un oleaje descomunal de productos y servicios para adelgazar o para aumentar (hasta en un setenta por ciento) el vigor sexual. Una señora arrebolada de enjambres faciales camina, como dicen en Rusia, con todos los ojos; de su vestido penden ristras moradas que hienden el aire; empelota los folletos y los arroja al momento al bote de basura, a la vista de todos. Yo hago lo propio (menos impropio) y me deshago del papelerío un poco más adelante, con un disimulo ridículo.
Pero el papelillo que reparte el chiquillo de rostro de atonía intestinal no es cualquier oferta: es el anuncio de una conferencia en la Universidad Autónoma de Querétaro. Me llama la atención y lo leo: un tal Instituto de Desarrollo Humano invita a la conferencia “Autoliberación: herramientas para perdonar y liberar el alma”, que se impartirá en el auditorio Fernando Díaz Ramírez de la UAQ el viernes 29 de julio a las 19:30 horas. La entrada es libre y hay un número para informes y reservaciones. Aparece la foto del conferencista: cabeza alopécica, barba estropajosa, sonrisa fingida; es un tal Gurú Álvaro. No sé si “Gurú” es nombre propio, sustantivo, adjetivo, apodo, grado académico o título nobiliario. Sé que en las universidades hay gurúes, pero no he sabido de alguno que se autonombre. Sé que un gurú es exactamente lo contrario de un pensador libre, racional y crítico; sé que es un guía espiritual hinduista y que, por extensión, la communis opinio enjareta el apodo a especialistas de gran influencia: gurú de la filosofía, gurú de la política, gurú de la informática, etcétera.
No me la creo. Es decir, concedo el beneficio de la duda a la UAQ: no creo que haya prestado su mejor auditorio a un Gurú para que imparta una conferencia de superación personal. Parece un truco mercantil, porque ¿quién se puede creer que la máxima casa de estudios autorice a un camaján de rostro frailuco a ocupar la tribuna de tan honorable recinto?
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Me quedo con la impresión de que se trata de una impostura, pues en el Auditorio Fernando Díaz Ramírez han tenido lugar acontecimientos académicos y culturales de gran relevancia para las ciencias, las humanidades y las artes. En ese recinto se ha escuchado la voz valiente de los críticos de la sinrazón y la injusticia; ahí mismo se han impartido conferencias magistrales y sesudas explicaciones de filósofos, antropólogos, psicólogos, historiadores, politólogos, sociólogos y comunicólogos; en ese auditorio los rectores rinden sus informes y dan cuenta de los avances académicos, de los trabajos de investigación científica de profesores empeñosos y sapientes, de logros sorprendentes en extensión universitaria y difusión de la cultura; en ese lugar han tenido lugar debates memorables que han hollado el pensamiento político y sociológico del país; de ese centro han emergido las propuestas electorales más avanzadas; en el auditorio se ha rendido justo homenaje a los personajes más destacados del intelecto, la filantropía y la trayectoria académica; también se han presentado libros y conciertos de renombrado nivel académico y estético. El Auditorio Fernando Díaz Ramírez es la continuación del Aula Magna del edificio de 16 de Septiembre, espacio de la razón donde, a mediados de 1950, José Vasconcelos habló de la misión de la universidad, donde Hugo Gutiérrez Vega, a mediados de 1960, defendió la razón, la cultura y la civilización contra la superchería, la barbarie y el despotismo; en el Aula Magna escuché a Manuel Lozada disertar sobre el pensamiento de Kant, Spengler, Santayana y Mauriac; ahí mismo, en 1969, un filósofo inglés que fue alumno de Bertrand Russel explicó la obra de este filósofo de la ciencia; en esa Aula Magna escuchamos la teoría marxista de la plusvalía, las teorías fenomenológicas, el existencialismo cristiano y no cristiano, el intuicionismo de Bergson y conferencias sobre Hegel, Nietzsche, Heidegger y otros de esa talla; ahí conocimos a María Zambrano (ya no traía enfundada la pistola con la que dicen que encañonó a Ortega y Gasset en 1936) y a pensadores de renombre internacional. ¿Cómo creer que un Gurú dicte en el Auditorio universitario una conferencia sobre las herramientas para perdonar y liberar el alma? Sinceramente, no creo que la UAQ haya prestado el auditorio. Una de dos: es un malentendido o el tal Gurú Álvaro utiliza el nombre de la Universidad para embaucar a quienes cavan escondrijos en suelos arenosos buscando lo que no existe. Creo que la Universidad lo desmentirá.
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“Autoliberación” significa, sin darle vueltas a la palabra compuesta, “liberarse de y por uno mismo”. Eso es imposible. ¿Liberarse de uno y por uno mismo? Si el objetivo de la conferencia es liberar el alma, uno se puede preguntar ¿de qué y de quiénes? Y la pregunta de rigor es: ¿qué es el alma? Pregunto: ¿el objetivo es liberar el alma del cuerpo o liberar el alma de sí misma? ¿O las dos? En cualquier caso, liberar el alma del cuerpo ha de ser tan horrible como liberar el cuerpo del alma; si el caso fuera liberar el alma de sí misma corre el riesgo de: 1) No encontrarla y espesar la frustración en el intento; 2) Encontrarla y abrirle la puerta para que se eleve al neblinoso cielo; 3) Atraparla y hacerle una cirugía mayor para extirparle sus lebrastones; 4) Desenvainarla de sus entresijos y trillarla hasta exterminarla. Tal vez se trate de una descomposición químico-metafísica o de una deconstrucción que fragmente el alma en partículas elementales hasta reducirlas a motillas de polvo; pero entonces, cuando se descubra que en las partículas elementales no hay nada, lo difícil será volverlas a pegar. Las almas sujetas a la deconstrucción pueden acabar como las almas muertas de Gógol: siervos amortajados que se compran en paquete.
El Gurú ofrece herramientas para perdonar y liberar el alma. Eso de las herramientas no me queda claro. Con el significado de “medios” o “procedimientos” la denotación se la debemos al nazismo: “la automatización del espíritu”, decía Klemperer. En buen español las herramientas son herramientas: una llave inglesa, un desarmador, un martillo, un mazo, un sacacorchos, un destapador de caños, un bordón de palo, un cepillo para barrer las briznas, una palanqueta para detener una roca, una cuchilla para limar las rebabas. Sí, ya sé que es sentido figurado; pero también hay un sentido común. Chesterton diría que la mejor manera de perdonar es pidiendo perdón y perdonando. Esto último merece un complemento: tenemos un pensamiento científico, humanista, ético y religioso de miles de años; nuestra cultura cristiana es la más rica en valores prácticos (vale lo mismo para creyentes y no creyentes); las culturas milenarias de Oriente nos llegaron a través del Helenismo, y en México la cultura cristiana se enriqueció con las civilizaciones indígenas. Sin embargo, la ignorancia y el miedo aborregan a la gente y la llevan a comprar milagros de papel de estraza. La terapia actual no va más allá de frases hechas: “perdónate a ti mismo”, “ámate a ti mismo”, “sé tú mismo”; el Oráculo de Delfos se ha abaratado: “conócete a ti mismo”. Ahora se habla de “empoderarse”, una paparrucha autoritaria que tiene erizados a tantos. ¡Si empezaran por “empoderarse” de la gramática española ya sería un logro admirable! Tenemos un idioma de valores liberales y procedimientos democráticos para hacerlos realidad. Las modas estadounidenses son eso, modas, y aquí se vuelven modismos.
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El título de una nota periodística me llevó a un equívoco. El título es: “Mi opinión es que no debería haber capillas en las universidades públicas”. Al instante estuve de acuerdo: en las universidades públicas las capillas ideológicas son círculos académicos herméticos y excluyentes. El declarante es el rector de la Universidad Complutense de Madrid. El equívoco se aclaró cuando leí que las capillas no eran sectas académicas sino espacios físicos para el oficio religioso. La declaración del rector obedeció a un altercado ocurrido en una de esas capillas: un grupo de unos 50 jóvenes (en su mayoría mujeres) irrumpió en una donde se encontraba un párroco y unas alumnas rezando. Rodearon el altar, algunas se desnudaron de la cintura para arriba y se besaron. La intolerancia de las despechadas las pinta no de la cintura para arriba sino de la boca hacia el cerebro. Mesurado, el rector no está de acuerdo en que haya capillas en las universidades públicas, pero condena la irrupción grosera de las intolerantes. De un modo sensato, los psicólogos exigen que en lugar de capillas se construyan clínicas. El caso es que se ha pedido al rector que sancione a los “profanadores” –así les llamó el Arzobispado de Madrid–, pero el rector no tiene elementos para identificarlos (as), pues las fotografías que tiene en su despacho no muestran los rostros.
Aclarado el equívoco, opino que en las universidades públicas (y particulares) no debe haber capillas de culto religioso. En la Complutense se puede llegar a un acuerdo: quitarlas o dejarlas; si se quitan, se puede construir una clínica, un laboratorio, una biblioteca; si se dejan, a ellas entra quien quiere. Pero las capillas ideológicas de las universidades son impenetrables; sus púlpitos son sagrados y los oficiantes rinden culto a unos y lanzan anatemas a otros; la coartada de la libertad de cátedra es perfecta: esconde a gurúes y profetas, y los alumnos-acólitos quedan a merced de predicadores y textos sagrados.
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