Id, tomad vuestros pueblos, morad en ellos como de antes y tornad a tomar vuestros árboles de fruta y vuestras tierras y sementeras.
Relación de Michoacán
1
Un alcalde de un municipio cercano a la ciudad donde vivo me cuenta: “Por las noches, en las madrugadas, de los cerros bajan decenas de camiones cargados de árboles muertos, de troncos serrados por potentes máquinas eléctricas, y el desfile de esos camiones va patrullado por policías federales y estatales. Me he quejado: fui a ver al gobernador para avisarle, pero me mandaron a la dependencia competente. Nada. Fui a la delegación de SEMARNAT y nada. Fui a PROFEPA a México y nada. De parte del gobernador me mandaron decir que el asunto forestal no era de mi competencia, que me olvidara del asunto y que mejor me pusiera a trabajar. ¿Qué puedo hacer? Ya me amenazaron”.
En medio del negocio de la tala de árboles y del narcotráfico la mayoría de los presidentes municipales del país vive en un cruce de caminos: 1) Se hacen de la vista gorda y voltean a otra parte; 2) Aceptan participar en el negocio y ofrecen protección a los delincuentes; 3) Denuncian y corren el riesgo de ser asesinados. La mayoría de ellos decide la primera opción: hacen que no ven; muchos se forman en la fila de los corruptibles, y sólo unos pocos corren los riesgos. Estos últimos podrían ser más si los pueblos y las comunidades hicieran algo más que mirar la erosión de su antiquísimo paisaje. Recuérdese Angangueo. Un campesino explicó la catástrofe: los cerros se vinieron abajo y sepultaron el pueblo porque se cortaron los árboles. Otra vuelta de tuerca: los cimientos de cerros y montañas están arriba, en medio y debajo: árboles, piedras y agua.
2
Desde mayo pasado, cansados de agachar la cabeza, cerca de veinte mil comuneros de Cherán (de donde todos vienen y a donde todos van) se han organizado para protegerse de los taladores. Llevan a cabo tareas de vigilancia, barricadas con costales de arena, troncos y piedras en los accesos por donde los delincuentes han transitado a sus anchas, y una acción comunal de autodefensa que, hasta el momento, es un buen ejemplo de desobediencia civil: firme pero pacífica. Se han armado con palos, piedras, machetes, azadones, palas y su propio valor civil para defender sus bosques. En la autodefensa participan ancianos y niños y jóvenes y mujeres de todas las edades. El hecho ha tenido la fuerza de llamar la atención del periodismo nacional y de distintas agrupaciones civiles del país que se han unido para apoyarlos. Una mujer habla en purépecha y declara que en su comunidad, cercana a Cherán, ya no pueden ir a la siembra ni sacar a sus animalitos. “No somos libres”, lamenta. El ochenta por ciento de las veintisiete mil hectáreas boscosas de Cherán han sido incendiadas y taladas. La gente asegura que cada día salían 180 camiones cargados de madera. El negocio también es de los extorsionadores: cobran, por cada camión, mil pesos. La venta de protección es uno de los negocios más rentables en el campo michoacano y en extensos territorios del país. Cherán ha cambiado: las autoridades despachan en oficinas privadas, casi en secreto; las clases están suspendidas y los propios comuneros han promovido una especie de ley seca que invita a los borrachines a abstenerse, en vista de lo extraordinario de la situación que vive el pueblo. Son muchos los que han dejado la copa. Es su forma de participar en la sobriedad que caracteriza cualquier acto de desobediencia civil: lucidez, firmeza, unidad comunitaria. La desobediencia civil es efectiva si no se pierden vista los medios y los fines, si no se confunden. Cientos de comunidades del país se están organizando con el ejemplo de Cherán.
3
De algunas comunidades cercanas a Cherán son mis antepasados maternos. Fui de niño y he regresado muchas veces. La comunidad existe antes de las conquistas chichimeca y española. En 1533 los franciscanos la bautizan con el nombre de San Francisco Cherán. Fue parte del imperio tarasco de Tariácuri y su templo principal, del siglo XVI, fue construido a instancias de fray Jacobo Daciano (era danés: Jakov av Dacia). El clima templado de Cherán es una delicia. En la memoria del gusto y del olfato permanece el sabor y el aroma de sus frutas: chenguas amorosamente envueltas en cucuruchos, duraznos dulcísimos, pilas de ciruelas, montoncitos de chabacanos. En Cherán se comen los mejores uchepos del país. La artesanía de guitarras, maracas, baleros y una variada imaginación plasmada manualmente en un trocito de pino, en una rodaja de encino o en una tira mágica de oyamel, es una actividad centenaria. Es, en palabras de Gabriel Zaid, El modelo Vasco de Quiroga (Empresarios oprimidos, 2004). Escribe Zaid que no hay en los escritos de Vasco de Quiroga un modelo formal para el desarrollo económico, ni podría haberlo (los modelos económicos son del siglo XVIII). Pero Tata Vasco había leído La República de Platón, La ciudad de Dios de San Agustín y la Utopía de Tomás Moro. Vasco de Quiroga (sigue Zaid) fue un promotor del desarrollo indígena, pero no actuó en primer lugar por la vía de los textos que modifican la manera de pensar, sino por la vía de los hechos: la creación de instituciones que suben de nivel la vida personal y comunitaria. Se atribuyen al obispo de Michoacán las tradiciones artesanales de muchos pueblos de su diócesis: alfarería, cobre, guitarras, herrería, lacas, muebles, redes, textiles. Es decir, un modelo de desarrollo desde abajo, no desde Harvard. Después de tantos siglos, la obra está viva. Seguramente porque estuvo bien hecha. Dice Zaid que el énfasis en la justicia del mundo asalariado hizo olvidar el desarrollo del mundo no asalariado: artesanos, artistas, microempresarios. Concluye: “el modelo de Vasco de Quiroga puede ser la doctrina social cristiana del siglo XXI y la solución práctica de un liberalismo inteligente, frente a los problemas sociales que el gigantismo no puede remediar”. En Cherán la desobediencia civil no hace sino defender esa forma sencilla de producir y crear riqueza y trabajo. Tres enemigos se han aliado para impedirlo: la estupidez gubernamental que construye centros de convenciones para atraer centros comerciales gigantescos e industrias aeroespaciales, en perjuicio irremediable de las formas tradicionales pero altamente eficientes de producir y crear riqueza.
4
Jean-Marie Le Clézio es el mejor escritor francés de la actualidad. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 2008. Ha vivido y trabajado en México en distintas ocasiones. Su libro La conquista divina de Michoacán es una obra casi milagrosa: se basa en la Relación de Michoacán (anónimo del siglo XVI, atribuido por algunos al franciscano Gerónimo de Alcalá). “Es, dice, la última memoria, para que no perezca completamente la grandeza de Michoacán, ni la antigua alianza de los purépechas con sus dioses. Único libro del pueblo Puré, cumple para nosotros un destino misterioso y emocionante, escrito para gloria de los vencidos y no para provecho de los vencedores”. La Relación de Michoacán, asegura Le Clézio, es un relato digno de ser comparado con la Ilíada, el Poema de Gilgamesh o la Gesta del Rey Arturo. Los vencidos, sin embargo, son los mismos ahora que desde el descubrimiento de Pátzcuaro o la caída del imperio purépecha. Los chichimecas salvajes que no fueron conquistados por los dioses purépechas, han regresado por la reconquista: desertificación, violencia, crimen organizado, voracidad maderera, autoridades políticas asustadas o corrompidas, autoridades religiosas perezosas, extinción gradual de las tradiciones artesanales y artísticas, suelos erosionados, temor, hartazgo. Los purépechas del siglo XVI habían alcanzado el mayor grado de cultura de Mesoamérica; llegaron a ser, por lo mismo, un pueblo poderoso pero pacífico. Si los purépechas hubieran decidido ayudar al imperio azteca contra los españoles, la Conquista no se habría logrado en tan poco tiempo. En el esplendor del imperio purépecha, en él habitaban guachichiles, pames, zacatecas, atanatoyas huaxabanes, tepeuanes, copuces, tolimecas, cuitlatecas tepuztecas, otomíes, matlazincas, chontales. Antes de la Conquista, el monarca gobierna con los representantes de las corporaciones: cantereros, pescadores, plumajeros, curtidores, cazadores, fabricantes de arcos, pintores, carpinteros, hiladores y tejedores. A Michoacán llegó el feroz conquistador Nuño de Guzmán pero también el franciscano Vasco de Quiroga, que vio las tradiciones productivas de los purépechas y elevó el nivel de los oficios, que perduran hasta nuestros días, como ejemplos que ponen en ridículo los modelos y las teorías del desarrollo económico y social del gigantismo que nos aplasta.
5
La desobediencia civil de las comunidades de Cherán es quizás el grito de los vencidos que se defiende como mejor puede. Los riesgos no son pocos: taladores y narcotraficantes son poderosos y crueles y en el país son legiones los llamados luchadores sociales que van a todas, pero preñados de intereses partidistas o ideológicos. En Cherán se lucha por preservar los bosques. En Cambio climático Nicholas Stern escribe que somos la primera generación que puede, con su desidia, destruir la relación entre los humanos y el planeta. En miles de comunidades eso se ha sabido siempre: los árboles son los cimientos que sostienen cerros y montañas. Sin ellos, las piedras y el lodo se desprenden en caída libre; sin ellos, la lluvia no apetece infiltrarse y pasa de lado: corre con fuerza monstruosa arrastrando pedruscos, troncos, acequias, cultivos y animales. Ahora mismo recuerdo la primavera de Cherán: oyameles y encinos altos y altaneros, frutales en flor, manantiales de agua fría que entornaban la mirada rojiza del atardecer.
Relación de Michoacán
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Un alcalde de un municipio cercano a la ciudad donde vivo me cuenta: “Por las noches, en las madrugadas, de los cerros bajan decenas de camiones cargados de árboles muertos, de troncos serrados por potentes máquinas eléctricas, y el desfile de esos camiones va patrullado por policías federales y estatales. Me he quejado: fui a ver al gobernador para avisarle, pero me mandaron a la dependencia competente. Nada. Fui a la delegación de SEMARNAT y nada. Fui a PROFEPA a México y nada. De parte del gobernador me mandaron decir que el asunto forestal no era de mi competencia, que me olvidara del asunto y que mejor me pusiera a trabajar. ¿Qué puedo hacer? Ya me amenazaron”.
En medio del negocio de la tala de árboles y del narcotráfico la mayoría de los presidentes municipales del país vive en un cruce de caminos: 1) Se hacen de la vista gorda y voltean a otra parte; 2) Aceptan participar en el negocio y ofrecen protección a los delincuentes; 3) Denuncian y corren el riesgo de ser asesinados. La mayoría de ellos decide la primera opción: hacen que no ven; muchos se forman en la fila de los corruptibles, y sólo unos pocos corren los riesgos. Estos últimos podrían ser más si los pueblos y las comunidades hicieran algo más que mirar la erosión de su antiquísimo paisaje. Recuérdese Angangueo. Un campesino explicó la catástrofe: los cerros se vinieron abajo y sepultaron el pueblo porque se cortaron los árboles. Otra vuelta de tuerca: los cimientos de cerros y montañas están arriba, en medio y debajo: árboles, piedras y agua.
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Desde mayo pasado, cansados de agachar la cabeza, cerca de veinte mil comuneros de Cherán (de donde todos vienen y a donde todos van) se han organizado para protegerse de los taladores. Llevan a cabo tareas de vigilancia, barricadas con costales de arena, troncos y piedras en los accesos por donde los delincuentes han transitado a sus anchas, y una acción comunal de autodefensa que, hasta el momento, es un buen ejemplo de desobediencia civil: firme pero pacífica. Se han armado con palos, piedras, machetes, azadones, palas y su propio valor civil para defender sus bosques. En la autodefensa participan ancianos y niños y jóvenes y mujeres de todas las edades. El hecho ha tenido la fuerza de llamar la atención del periodismo nacional y de distintas agrupaciones civiles del país que se han unido para apoyarlos. Una mujer habla en purépecha y declara que en su comunidad, cercana a Cherán, ya no pueden ir a la siembra ni sacar a sus animalitos. “No somos libres”, lamenta. El ochenta por ciento de las veintisiete mil hectáreas boscosas de Cherán han sido incendiadas y taladas. La gente asegura que cada día salían 180 camiones cargados de madera. El negocio también es de los extorsionadores: cobran, por cada camión, mil pesos. La venta de protección es uno de los negocios más rentables en el campo michoacano y en extensos territorios del país. Cherán ha cambiado: las autoridades despachan en oficinas privadas, casi en secreto; las clases están suspendidas y los propios comuneros han promovido una especie de ley seca que invita a los borrachines a abstenerse, en vista de lo extraordinario de la situación que vive el pueblo. Son muchos los que han dejado la copa. Es su forma de participar en la sobriedad que caracteriza cualquier acto de desobediencia civil: lucidez, firmeza, unidad comunitaria. La desobediencia civil es efectiva si no se pierden vista los medios y los fines, si no se confunden. Cientos de comunidades del país se están organizando con el ejemplo de Cherán.
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De algunas comunidades cercanas a Cherán son mis antepasados maternos. Fui de niño y he regresado muchas veces. La comunidad existe antes de las conquistas chichimeca y española. En 1533 los franciscanos la bautizan con el nombre de San Francisco Cherán. Fue parte del imperio tarasco de Tariácuri y su templo principal, del siglo XVI, fue construido a instancias de fray Jacobo Daciano (era danés: Jakov av Dacia). El clima templado de Cherán es una delicia. En la memoria del gusto y del olfato permanece el sabor y el aroma de sus frutas: chenguas amorosamente envueltas en cucuruchos, duraznos dulcísimos, pilas de ciruelas, montoncitos de chabacanos. En Cherán se comen los mejores uchepos del país. La artesanía de guitarras, maracas, baleros y una variada imaginación plasmada manualmente en un trocito de pino, en una rodaja de encino o en una tira mágica de oyamel, es una actividad centenaria. Es, en palabras de Gabriel Zaid, El modelo Vasco de Quiroga (Empresarios oprimidos, 2004). Escribe Zaid que no hay en los escritos de Vasco de Quiroga un modelo formal para el desarrollo económico, ni podría haberlo (los modelos económicos son del siglo XVIII). Pero Tata Vasco había leído La República de Platón, La ciudad de Dios de San Agustín y la Utopía de Tomás Moro. Vasco de Quiroga (sigue Zaid) fue un promotor del desarrollo indígena, pero no actuó en primer lugar por la vía de los textos que modifican la manera de pensar, sino por la vía de los hechos: la creación de instituciones que suben de nivel la vida personal y comunitaria. Se atribuyen al obispo de Michoacán las tradiciones artesanales de muchos pueblos de su diócesis: alfarería, cobre, guitarras, herrería, lacas, muebles, redes, textiles. Es decir, un modelo de desarrollo desde abajo, no desde Harvard. Después de tantos siglos, la obra está viva. Seguramente porque estuvo bien hecha. Dice Zaid que el énfasis en la justicia del mundo asalariado hizo olvidar el desarrollo del mundo no asalariado: artesanos, artistas, microempresarios. Concluye: “el modelo de Vasco de Quiroga puede ser la doctrina social cristiana del siglo XXI y la solución práctica de un liberalismo inteligente, frente a los problemas sociales que el gigantismo no puede remediar”. En Cherán la desobediencia civil no hace sino defender esa forma sencilla de producir y crear riqueza y trabajo. Tres enemigos se han aliado para impedirlo: la estupidez gubernamental que construye centros de convenciones para atraer centros comerciales gigantescos e industrias aeroespaciales, en perjuicio irremediable de las formas tradicionales pero altamente eficientes de producir y crear riqueza.
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Jean-Marie Le Clézio es el mejor escritor francés de la actualidad. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 2008. Ha vivido y trabajado en México en distintas ocasiones. Su libro La conquista divina de Michoacán es una obra casi milagrosa: se basa en la Relación de Michoacán (anónimo del siglo XVI, atribuido por algunos al franciscano Gerónimo de Alcalá). “Es, dice, la última memoria, para que no perezca completamente la grandeza de Michoacán, ni la antigua alianza de los purépechas con sus dioses. Único libro del pueblo Puré, cumple para nosotros un destino misterioso y emocionante, escrito para gloria de los vencidos y no para provecho de los vencedores”. La Relación de Michoacán, asegura Le Clézio, es un relato digno de ser comparado con la Ilíada, el Poema de Gilgamesh o la Gesta del Rey Arturo. Los vencidos, sin embargo, son los mismos ahora que desde el descubrimiento de Pátzcuaro o la caída del imperio purépecha. Los chichimecas salvajes que no fueron conquistados por los dioses purépechas, han regresado por la reconquista: desertificación, violencia, crimen organizado, voracidad maderera, autoridades políticas asustadas o corrompidas, autoridades religiosas perezosas, extinción gradual de las tradiciones artesanales y artísticas, suelos erosionados, temor, hartazgo. Los purépechas del siglo XVI habían alcanzado el mayor grado de cultura de Mesoamérica; llegaron a ser, por lo mismo, un pueblo poderoso pero pacífico. Si los purépechas hubieran decidido ayudar al imperio azteca contra los españoles, la Conquista no se habría logrado en tan poco tiempo. En el esplendor del imperio purépecha, en él habitaban guachichiles, pames, zacatecas, atanatoyas huaxabanes, tepeuanes, copuces, tolimecas, cuitlatecas tepuztecas, otomíes, matlazincas, chontales. Antes de la Conquista, el monarca gobierna con los representantes de las corporaciones: cantereros, pescadores, plumajeros, curtidores, cazadores, fabricantes de arcos, pintores, carpinteros, hiladores y tejedores. A Michoacán llegó el feroz conquistador Nuño de Guzmán pero también el franciscano Vasco de Quiroga, que vio las tradiciones productivas de los purépechas y elevó el nivel de los oficios, que perduran hasta nuestros días, como ejemplos que ponen en ridículo los modelos y las teorías del desarrollo económico y social del gigantismo que nos aplasta.
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La desobediencia civil de las comunidades de Cherán es quizás el grito de los vencidos que se defiende como mejor puede. Los riesgos no son pocos: taladores y narcotraficantes son poderosos y crueles y en el país son legiones los llamados luchadores sociales que van a todas, pero preñados de intereses partidistas o ideológicos. En Cherán se lucha por preservar los bosques. En Cambio climático Nicholas Stern escribe que somos la primera generación que puede, con su desidia, destruir la relación entre los humanos y el planeta. En miles de comunidades eso se ha sabido siempre: los árboles son los cimientos que sostienen cerros y montañas. Sin ellos, las piedras y el lodo se desprenden en caída libre; sin ellos, la lluvia no apetece infiltrarse y pasa de lado: corre con fuerza monstruosa arrastrando pedruscos, troncos, acequias, cultivos y animales. Ahora mismo recuerdo la primavera de Cherán: oyameles y encinos altos y altaneros, frutales en flor, manantiales de agua fría que entornaban la mirada rojiza del atardecer.
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