jueves, 8 de julio de 2010

Unamuno y los buenos negocios

Según datos de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social y del Banco de México, seis entidades federativas concentran más del cincuenta por ciento de los quinientos mil empleos creados durante el primer semestre del año: Nuevo León, Estado de México, Distrito Federal, Jalisco, Coahuila y Baja California.
Ya se sabe que geografía y economía no van siempre de la mano; las comunicaciones, uno de los factores clave para la facilitación de actividades económicas, tampoco resulta tan definitivo en la gesta de condiciones del trabajo; la inversión extranjera, el dogma económico de la globalidad, resulta menos relevante como factor de crecimiento y empleo, y en cambio es verdad que bienestar y calidad de vida no corren paralelamente con el crecimiento económico ni con el aumento del empleo.
Tenemos ejemplos de que el crecimiento económico es una de las causas principales del decrecimiento del bienestar; tenemos otros tantos de que la creación de empleos no depende del crecimiento económico; y también los tenemos de que el ahorro es posible sin crecimiento económico y sin creación de empleos formales. Por eso se dice que el progreso es una ilusión. Las apariencias engañan y también desengañan; los beneficios son tan dispares: mucho para muy pocos y casi nada para muchos. Por ejemplo, una región donde la construcción es abundante genera miles de empleos. . . ¡de albañiles! Se puede alegar, con razón, que la construcción beneficia a contratistas y proveedores, es decir, a pequeños constructores y comerciantes medianos. No ocurre tal cosa cuando la construcción no provee sus materias y productos en el lugar donde construye. En sí misma la industria de la construcción no es significativa si no se adjetiva. ¿Construir qué, cómo y para qué? El problema de la construcción es que edifica para que la dignidad social se adapte a sus condiciones y no para que las edificaciones se adapten a la dignidad social. Y esto es así porque el desarrollo urbano lo deciden los urbanizadores, no los urbanistas.
El Estado de México, uno de los grandes productores de empleo, no es por ello un estado productivo. Sus problemas sociales son quizá los más graves del país, incluidos los de violencia y criminalidad. En el extremo, Yucatán es uno de los estados que apenas ha generado empleos, pero ninguna ciudad mexicana le quita a Mérida su calidad de ser la ciudad más segura del país. Pero Mérida es mucho más que una ciudad segura: es una ciudad feliz. Es difícil encontrar en Yucatán a personas de mal humor. El Paseo Colón es justamente eso, un paseo, una calle a la medida de los pies humanos. Sea lo que signifiquen calidad de vida, crecimiento, progreso y bienestar, cualquier mirada atenta puede comprobar que existen pueblos más felices que otros. La pobreza de Yucatán no es la miserable pobreza del Estado de México.
El fenómeno de la crisis del empleo formal afecta al país entero y al mundo, pero no se ha tomado en serio la temible crisis de la sociedad de pleno empleo. Los programas públicos del empleo son bien intencionados pero son ilusorios. Si de poner un ejemplo se trata, ahí está el fracaso del programa del presidente Felipe Calderón de exentar de contribuciones el primer empleo. Crear un empleo formal se ha encarecido hasta las nubes y en cambio no se apoya a los desempleados a crear uno a la medida de su esfuerzo y creatividad.
Apoyar a la gente pobre para que cree su propio empleo en lugar de condenarla a buscarlo en vano es apenas una línea en los discursos. Se requiere apoyo y capacitación, pero antes se requiere deshacer el nudo de requisitos y trámites que se interponen entre el empeño de la gente de trabajar y las burocracias pazguatas y groseras. A esa gente pobre a la que la burocracia le hace la vida de cuadritos es a la que Gabriel Zaid llama “empresarios oprimidos”.
El uso del vocablo “empresa” en sentido económico es relativamente reciente. Palabra de origen italiano (impresa), nace como emblema, apotegma, bandera. Su cuna es la concisión; el principio filosófico de su origen se puede fundar en cuatro palabras de Baltasar Gracián (1601-1658): “No se nace hecho”. En el origen de la empresa encontramos un deseo de libertad, una expresión de imaginación y creatividad; escrito como aforismo o sentencia, la sabiduría de la empresa es eminentemente práctica; busca llegar a cualquier persona, al campesino y al peatón, al joven que empieza con entusiasmo y al viejo que termina con dignidad, al hombre que le gusta el trabajo por su cuenta y a la mujer que lo necesita; es un alegato conciso contra el determinismo que proclama que nada nuevo hay bajo el sol; por lo mismo, se aleja de las categorías morales del bien y del mal; sus consejas abordan cuestiones prácticas y una moral común que las acompaña. Gracián es el creador de los emprendedores. El “self-made man” moderno es de Gracián, que en el arte de la prudencia exaltó la sabiduría del esfuerzo personal, el arte de saber ganar: mantener la dignidad, ascender con decoro, hacer del respeto y la cortesía las formas culturales de un buen negocio. La sabiduría práctica de Gracián fue continuada por los moralistas de los siglos XVIII y XIX. Si uno lee a Shopenhauer la huella de Gracián respira hondo. Hace poco, leyendo Mi visión de mundo de Albert Einstein, vi claramente la presencia de Gracián en las actitudes científicas y morales de este genio del siglo XX.
La empresa emerge como una acometida contra lo que se suele considerar muy difícil o imposible. Las primeras empresas son las del pensamiento; son filosóficas, literarias, artísticas; representan un acto de rebeldía contra los dogmas. No es casual que las primeras empresas fueran también las de la conquista de la naturaleza.
En sentido moderno, “empresa” conserva sus antiguos usos y se ha agregado el de entidad productora de bienes y servicios. Es este último sentido el que casi ha desaparecido. Si una empresa fue siempre una dificultad, un esfuerzo, un desafío, ahora, como ha dicho el empresario Rogelio Garza Zambrano (entrevista con Sanjuana Martínez, La Jornada, 13 de junio, 200), los empresarios sólo se interesan por el último renglón de la contabilidad, el de las utilidades; ya no les interesa crear riqueza sino ganar dinero. Declara Garza Zambrano que la cultura empresarial de nuestros días se basa en éxitos rápidos y espectaculares, no en la paciente edificación de una empresa que pasa a formar parte de la cultura de una región o una ciudad, que incluso acaba siendo el símbolo del esfuerzo, su emblema, su bandera, un signo de identidad, su orgullo. Muchas ciudades del país tienen una identidad empresarial que se ha venido deslavando por la fugacidad de los negocios modernos. En Querétaro las primeras fábricas de la industrialización formaron parte de la cultura popular de la ciudad, a pesar de la CTM. Las fábricas queretanas fueron, de 1950 a 1980, emblemáticas: nos representaban, eran la concisión de una historia, el símbolo de un porvenir abierto y esperanzador.
Como ahora la actividad empresarial tiene como valores la velocidad y la espectacularidad, los negocios aparecen un día y desaparecen el otro. Por eso se dice del progreso que es una ilusión: es un acto de magia, de prestidigitación. Querétaro se ha vuelto fantasmagórica; es irreal, una humareda de luces sombrías que matan la memoria de la comunidad en la medida en que prescinden de la identidad del esfuerzo empresarial.
Dice Zaid que un puesto de tacos le conviene más al país que un puesto burocrático. Un puesto de tacos requiere una inversión pequeña, un espacio de no más de tres metros cuadrados, y crea tres o cuatro empleos: dos que preparan los tacos, otro que cobra (el dueño que cuida su negocio) y un cuarto, el del niño que ayuda a su padre destapando los refrescos y limpiando la barra. No faltan los que chillan diciendo que hay explotación infantil, pero ¿quién le da al chiquillo los cincuenta pesos diarios que reúne entre el salario de cuatro horas de trabajo y las propinas?
Abrir un pequeño negocio es un calvario. En algunos casos he llegado a contar más de sesenta trámites. Escribe Gabriel Zaid: “Los que hacen leyes, reglamentos, normas y trámites no distinguen mosquitos de elefantes. Legislan como si todas las empresas tuviesen departamentos técnicos, contables, jurídicos. Legislan para un país que no existe”.
Se legisla sobre la pobreza pero no se entiende ni se atiende a los pobres. Una encuesta de la UNAM (La Jornada, 7 de marzo de 2010) muestra que el 60 % de jóvenes de entre 12 y 17 años ve en el narcotráfico “una alternativa viable” de trabajo. No hay oportunidades de empleo para ellos ni para los de 18 en adelante, y por definición la burocracia está hecha para entorpecer al empresario, no para facilitarle su determinación. Los programas de formación de emprendedores también están hechos para un país que no existe: se habla de negocios fantásticos y fabulosos. Y tienen razón: son negocios de fantasía, de fábula.
El problema no es que seamos un país pobre sino un pueblo iluso, de donde resulta que no somos ilusos por pobres sino pobres por ilusos. No hemos sacado provecho suficiente de la pobreza, aún sabiendo que son los pobres los que mantienen la estabilidad del país. Unamuno lo dice poéticamente en una línea de su Diario íntimo: “el pobre que siente caridad hacia el rico es el que se eleva de su pobreza y la aprovecha”. Hay que leer con inteligencia la frase de don Miguel. Admiro a los empresarios que quieren conquistar el Everest de los negocios, pero más admiro al empresario de tacos de la esquina: es más útil al país y es tan feliz como Carlos Slim. La felicidad del taquero me consta, no la de Slim. La informalidad económica, remata Zaid, es una bendición incomprendida que despierta sentimientos equivocados. Es el refugio del sentido común.

No hay comentarios:

Publicar un comentario