domingo, 7 de febrero de 2010

Sobre perseverancia y terquedad


A Dunia Terrazas, con gratitud

No sé si el presidente Calderón es perseverante o terco. Tres años después de una guerra destinada al fracaso, ahora habla de un replanteamiento de la lucha contra el crimen organizado. De su perseverancia o su terquedad el lector puede juzgar libremente, pero los hechos también son perseverantes y tercos, y ya muy pocos dudan de que el más grande de los equívocos presidenciales fue el de combatir el narcotráfico con balazos, no con inteligencia. La decisión de mandar por delante a los militares fue más una estrategia de legitimación política y una manifestación de la fuerza física del Estado. Es cierto que el crecimiento de la delincuencia organizada es una herencia acumulada durante décadas, crecimiento que durante el gobierno de Vicente Fox se fue por las nubes. Una mentira que se dice como verdad es que el Ejército salió a las calles a combatir a las bandas de narcotraficantes. La verdad es otra: son esas bandas las que combaten a los soldados, cuya actividad generalizada se ha reducido a defenderse de los ataques.
Perseverancia o terquedad del presidente Calderón, de ello nos ilustran las cartas que Carlos Catillo Peraza escribió un poco antes de su renuncia al PAN (publicadas por la Revista Proceso recientemente). De Calderón dijo Castillo que es de talante prepotente, colérico y receloso, y define su estilo personal de gobernar con un hábito del que muchos hablan: su consumo inmoderado de alcohol. Castillo Peraza le escribe a Calderón: “Las quejas generalizadas son que, al parecer, nadie puede darte gusto, que das órdenes y las cambias, que pides trabajos intempestivamente –lo que frena las tareas en curso–, que invades las competencias de todos y cada uno de ellos, que los maltratas verbalmente en público y que mudas constantemente de opinión, tardas en tomar decisiones, das marcha atrás, no escuchas puntos de vista de tus colaboradores y haces más caso a ‘asesores de fuera’ que a los miembros del equipo que quisiste fuese el tuyo.” En ese tiempo Calderón era presidente nacional del PAN, pero los durísimos reproches que le formula Castillo Peraza aún nos pueden servir para evaluar el hecho de que el combate al narcotráfico fuera basado en la pura fuerza militar y policial.
Los especialistas no se han cansado en criticar la estrategia guerrera de Calderón contra las poderosas mafias del crimen organizado que se disputan las fronteras del Norte y muchos territorios estatales. La cuestión es tan sencilla como incuestionable: el narcotráfico no está en las calles sino en el sistema financiero que administra cuantiosos recursos provenientes de esa inmensa y enmarañada industria delictiva. Durante tres años nada se ha hecho para horadar el poder económico y financiero del narcotráfico, a pesar de que tenemos las experiencias que dieron resultados eficaces en Colombia y en Italia. Hace unos días el periódico Reforma publicó que el gobierno de Calderón había fracasado en el combate al lavado de dinero. Según la PGR –cita la nota del Reforma–, de septiembre de 2008 a julio de 2009 sólo se decomisaron 2.9 millones de dólares y 4 millones de pesos en procesos judiciales, cantidades de ínfimo monto si escuchamos al experto Samuel González Ruiz que nos recuerda que en México se lavan algo así como 20 mil millones de dólares. Samuel González hace una comparación útil: las autoridades italianas han despojado a la mafia, en el último año y medio, de cerca de 10 mil millones de dólares y de 12 mil millones (también de dólares) en bienes. ¿Cómo se quiere combatir con seriedad al narcotráfico si la estructura financiera está intacta? Se pregunta Samuel González: “¿Cómo es posible que una masa de dinero de ese tamaño (20 mil millones de dólares) no sea detectada por el SAT o por las áreas de inteligencia de las policías mexicanas?".
Perseverancia o terquedad, juzgue el lector, pero la contundencia de los hechos no parece dejarnos demasiado margen para la duda razonable. Castillo Peraza le escribe a Calderón: “Llamó mi atención que nadie pudiera dar opinión decidida y clara, y que todos manifestaran, en su turno de dar a conocer sus planes y proyectos, ‘a ver qué dice Felipe’, con inseguridad y con un sentimiento de que tú no confías en ellos. Esto ha trascendido y se comenta en círculos externos, tanto políticos como sociales”.
¿En quién confía el presidente Calderón? Los que lo conocen y lo han tratado coinciden en que es de mecha corta. Se enciende a la primera y emerge fácilmente su “talante prepotente, colérico y receloso”. Pésima señal la de un gobernante que al mismo tiempo es voluble y aferrado. Un buen gobernante suele cuidar lo que dice, pero cuida mucho más lo que oye. Es el oído más que la lengua lo que provoca que una autoridad cometa errores e injusticias. El gobernante habla y todos nos enteramos, pero nos quedamos con la duda de qué escucha y a quién escucha. En el caso de los gobernantes, el pez por el oído muere. Un gobernante con un oído inexperto, puede llegar a ser sumamente vulnerable. Cree y se cree cualquier cosa que le digan. Lo interesante en términos políticos es saber a quiénes oye y a quiénes escucha. Y a quiénes no quiere oír ni escuchar. Hace unos días, en una buena defensa que hizo de la reforma política que envío al Senado, Calderón afirmó que el autoritarismo en México era cosa del pasado. Es cierto, la razón le asiste; pero acaso debamos preguntarnos si en efecto hemos desterrado de modo suficiente el ejercicio arbitrario del poder y si en otros tiempos el presidente Calderón no hubiera sido tan autoritario como cualquiera. Los equilibrios y contrapesos del poder en México no son méritos presidenciales sino avances democráticos de los ciudadanos. Lo cual no quita que el presidente Calderón sea, el menos en la guerra contra el crimen organizado, un presidente fallido.

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