Nada tiene de extraño que a la señora Peng Liyuan, la distinguida esposa del presidente chino Xi Jiuping, le gusten las telenovelas mexicanas y que haya cumplido su viejo sueño de conocer la meca de los melodramas que han embobado a las poblaciones de países como Turquía, Rusia, las naciones de la ex Yugoslavia, Bulgaria, los estados del Báltico y una cincuentena de países remotos y otros no tan distantes geográfica y culturalmente.
Tampoco debe ser extraño que yo nunca haya visto una telenovela, que deteste a los mariachis, que cubra mis oídos cada vez que truenan los gritos desafinados de Vicente Fernández, que nunca haya comprado una artesanía mexicana, que no me gusten los chiles en nogada ni el mole poblano, que me den risa los vestidos guangochos en que se enfundan las mujeres que se disfrazan de indígenas, que me parezcan horrendos los bigotes de Frida Kahlo, que me desagraden los museos de antropología y más aún los murales de Siqueiros y Rivera, que me parezcan de nula calidad musical y letrista las canciones de José Alfredo Jiménez o que me ría del presuntuoso kitch de quienes adornan sus casas con cazuelas, brazadas de olotes, molcajetes, platones de talavera, zarapes, metates o manteles mazahuas.
Es cosa de gustos, creo yo.
Stalin y Beria –y con ellos toda la corte servil del zar rojo– veneraban a Pancho Villa y se reunían a ver las muchas películas que se habían filmado hasta un poco antes de la muerte de Koba el virolento. Los asistentes a la sala de cine del buró político entraban en éxtasis en la escena de Pancho Villa en Columbus, que la repetían hasta el agotamiento del pobre proyectista.
En Turquía, durante la guerra entre laicos y fanáticos religiosos, las hostilidades cesaban durante una hora, pues unos y otros se apoltronaban frente al televisor para llorar por las penurias de Verónica Castro. Buena contribución de Mariana a la paz turca.
La música favorita del mariscal Tito era la ranchera, en los buenos tiempos de Miguel Aceves Mejía. Se formaron en los Balcanes muchos mariachis, con un éxito parecido al que ha tenido Juan Gabriel.
¿Y qué decir de la voz destemplada de Hugo Chávez cantando Lástima que seas ajena ante el júbilo de unos venezolanos desjuiciados que prefieren El rey a Alma llanera?
Reconozco que Hugo Chávez cantaba mejor que Vicente Fernández, pero tampoco es extraño. Lo preocupante no es que Nicolás Maduro no cante, sino que prohíba que canten libremente sus opositores.
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