lunes, 7 de septiembre de 2009

Una breve utopía educativa


Varios cientos de profesores de educación básica achisparon el hotel. La recepción y el lobby, normalmente tranquilos y hasta solitarios, fueron insuficientes para amontonar belices y maletas, y mucha gente formada en una larga fila esperaba su turno para el registro. Afuera, en la calle hirviendo de un sol de cuarenta grados, una extensa hilera de camiones que los habían transportado. ¿Es un congreso? ¿De qué? La amable respuesta confirmó que eran profesores de primaria y secundaria de distintas partes del país. Iban a un curso de una semana, de ocho a ocho, para ser capacitados en la reforma de la educación básica. Dos días después, en el restaurante atiborrado, un par de profesores se acercó a mi mesa para preguntarme si podían sentarse. “Adelante, por favor. . . ¿de dónde vienen?” Venían de Querétaro. “¿Cómo les va en el curso?”, pregunté con ánimo de convertir la casualidad en una charla convenida. “No entendemos muy bien, es un curso muy elevado. Son puros expertos en pedagogía. Tienen excelentes respuestas”. “¿Les dan respuestas sin preguntas?”, cuestioné con el demonio de la ironía en el paladar. No se ofendan, dije, lo que pasa es que el conocimiento comienza con una pregunta sencilla y clara. Les conté que al filósofo italiano Norberto Bobbio le llamó la atención un letrero en una pared del metro de Nueva York:
“God is the answer” (Dios es la respuesta).
Al día siguiente, cuando el profesor Bobbio pasaba por el mismo lugar, vio que debajo del letrero de grafito alguien había agregado:
“What was the questión?” (¿Cuál era la pregunta?).
Los profesores queretanos, inexpresivos como el retrato de un muerto, nada dijeron. Supuse que eran creyentes y que se habían ofendido. Unos segundos después uno de ellos explicó: “Nos obligan, la verdad es que nadie entiende sus teorías y sus modelos, y además es imposible aplicarlos. Pero, ¿usted quién es?”. Enfrente, en la televisión, los Yankees apaleaban a los Medias Rojas. La apuesta de mil pesos estaba ganada. “Provecho”.
En Los libros que nunca he escrito George Steiner escribe: la triste realidad es que buena parte de la enseñanza está en manos de derrotados, de personas cuyos logros han sido deficientes; la retroalimentación es negativa y la espiral es descendente. Se refiere a la educación básica de la mayor parte de las escuelas de Estados Unidos y de Europa. ¿Qué nos queda decir a nosotros sin necesidad de dar de gritos? En México la educación también está en manos de fracasados y la dirigen los incompetentes y los corruptos. Es, como dijo Gabriel Zaid, “un fraude institucional” (La educación formal. Reforma, 28 de diciembre de 2003), ¿Acaso no vegetan en nuestras universidades legiones de profesores que enseñan lo que no fueron capaces de aprender? Enseñar perdió sus virtudes: alentar la curiosidad, enfrentar problemas y resolverlos con inteligencia, encausar el apetito natural de aprender. La educación básica en México es el resultado de la espiral descendente empujada por quienes la planean y la dirigen. Las declaraciones del secretario Lujambio sobre los espantosos yerros de los libros de texto son vergonzosas: “los libros son provisionales”. Si en algún sector de la vida pública gobierna la “Kakistocracia” (el gobierno de los peores) es en el educativo. El ex secretario Reyes Tamez, en un intento por defender la exclusión de la Conquista y del Virreinato de la enseñanza de la historia, declaró que esos temas se enseñarían por separado, que de nada servía memorizar. No me extrañaría que en unos años la Historia Antigua de México sea el antes de la firma del Tratado de Libre Comercio.
La guerra contra la memoria, cuya data en México va para los cuarenta años, es más aguerrida que nunca. Pero ¿quién puede comprender lo que no tiene en la memoria? ¿Están los profesores de primaria preparados para explicar de un modo sencillo y claro la historia mexicana, enseñar el idioma y forjar el desarrollo de habilidades matemáticas? ¿Por qué ese odio contra la memoria? “Yo sólo puedo comprender lo que tengo en la memoria”, decía Alfonso Reyes. Lo que no se quiere es elegir. Y la educación, para que sea una buena educación, debe enseñar a elegir. Memorizar es seleccionar o no es memoria. Los profesores tienen esta primera responsabilidad de subrayar hechos relevantes, de definir conceptos fundamentales, de acentuar el conocimiento que debe ser retenido y comprendido, de enseñar a formular preguntas coherentes, de impartir clases memorables. Una mala educación suele estar repleta de respuestas. Generalmente se trata de cápsulas o comprimidos que se imponen al alumno como recetas infalibles. Pero de nada sirve un costal repleto de respuestas; la realidad te interroga a cada paso, te cuestiona, te contradice y hace trizas el recetario de conclusiones descontextualizadas; de nada sirve un certificado, un título universitario o un grado doctoral. Si la educación no enseña a formular preguntas, que es el camino del aprendizaje, las respuestas son como el agua que se escurre entre los dedos. El desprecio que el sistema educativo tiene por la memoria es uno de los defectos causales del desastre del nivel básico, de ese tronco común donde descansa la educación media y superior.
Steiner escribe que la fragilidad de ese tronco común trae como consecuencia la autodestrucción automática; con demasiada frecuencia el menos inspirado académicamente es el que pasa a la enseñanza media, transmitiendo así su triste mediocridad a generaciones de aburridos alumnos. Corregir la reducción de habilidades esenciales en humanidades y ciencias es la preocupación de Steiner. Escribe que si se quiere consolidar los niveles, las exigencias populistas tendrán que ceder a un orden de mérito en el que la auténtica excelencia pueda distinguirse de la proliferación de formas parasitarias. Se necesita valentía política (por ejemplo, podríamos pedir al presidente Calderón que la valentía con la que enfrenta al narcotráfico la utilice también para enfrentar a quienes tienen secuestrada y herida de muerte a la educación). Afirma que la alfabetización es fundamental: es la base conceptual común para los hombres de hoy y de mañana. La enseñanza de las matemáticas forma parte de esa base; aun los conceptos matemáticamente más avanzados deben enseñarse de manera persuasiva y demostrable; un buen método es el histórico: exponer la historia intelectual de números y operaciones, lo que socialmente ha habido detrás de ellos y los factores que condujeron a soluciones o no soluciones. Enseñar matemáticas mostrando el recorrido de las no soluciones es el método más útil e instructivo: deja abierto el camino. Las paradojas más interesantes de las matemáticas surgieron en el siglo XIX con los ensayos de geometrías no euclidianas. Por ejemplo, la comprensión del teorema de Gödel fue y sigue siendo una ruta de gran utilidad para descubrir la incertidumbre del conocimiento, fuente de nuevas preguntas y proposiciones. Enseñar matemáticas con el enigma de los números primos es un camino de un gran potencial didáctico, por su carácter lúdico y mágico que tanto fascina a los niños. El físico teórico italiano Paolo Giordano, con apenas 26 años de edad, ha escrito una estupenda novela titulada La soledad de los números primos, una alegoría llevada a las relaciones humanas, a dos personajes que se aman, que se acercan pero que no nunca se juntan. Los números primos, llamados “primos gemelos”, están solos; entre ellos se interpone siempre un número par; por ejemplo, el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43; permanecen próximos sin llegar a tocarse nunca. La novela de Giordano es una muestra literaria de que la enseñanza de las matemáticas bien puede ser una novela de aventuras capaz de construir un conocimiento básico firme y duradero. Se dice desde Pitágoras que los números primos tienen música. “Dios canta álgebra”. La educación musical debe formar parte del tronco común; aprender a cantar o a tocar un instrumento dentro de los límites naturales de cada quien es adentrar a los niños en el misterio supremo. Desde Kepler, las funciones elípticas que rigen los movimientos planetarios son de un orden musical: la música de las esferas, la harmonia mundi.
Steiner sitúa el conocimiento básico en su textura intelectual, histórica, social e incluso ideológica; agrega que hay que despertar al niño y al estudiante a la inagotable diversión y provocación de lo no resuelto. La arquitectura es música congelada, geometría en movimiento. Aprenderlo es apreciarlo; el espíritu se ve enriquecido con el uso de la computadora para la creación imaginativa, para mostrar de un modo sencillo la complejidad de las formas. Hay fachadas que cantan. Nociones elementales de arquitectura son indispensables. Una introducción a la biología molecular y genética es imprescindible en la base común del conocimiento. Estas disciplinas han alterado las concepciones de lo público y lo privado y han mutado la condición humana, con las consecuentes interrogantes éticas, jurídicas, demográficas y políticas. Steiner llama a este aspecto de la educación básica la alfabetización biológico-genética: clonación, creación in vitro de moléculas que se duplican ellas solas, proyectos genoma, trasplante de órganos vitales. En el “quadrivium” del programa de matemáticas, música, arquitectura y ciencias de la vida, Steiner propone que se enseñe, en la medida de lo posible, históricamente. Es la pedagogía de la esperanza. Acepta el escritor que su propuesta es utópica, pero explica que hay épocas de crisis en las que solamente lo utópico es realista. Dice que la alfabetización en los números, en la música, en la arquitectura y en la biogenética es un proyecto de locos. “Ojalá lo fuera todavía más”, concluye. Pero la locura de quienes deciden la educación en México no es la de Steiner o la del sabio Erasmo; ni siquiera la del ogro filantrópico o la del profesor chiflado, sino la del poder ciego y depredador.

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