Lo obvio se deshizo, al final, de las sombras deliberadas con que se pretendió cubrir la desnudez de la realidad: el cinco de julio habló el bolsillo y ganó el debate y las elecciones. Perdieron los partidos, el gobierno, la mercadotecnia y los medios de comunicación. La estrategia electoral del PAN, colgada de la memoria histórica, fue insuficiente para remover los recuerdos amargos, con la memoria atiborrada de un presente crítico. Dar identidad al enemigo es un principio básico de una buena estrategia; sin embargo, el postulado amigo-enemigo en que se fundó la campaña panista fue debilitándose en el camino de las malas noticias: recrudecimiento de la crisis económica, susto sanitario, parálisis de la vida económica y social, violencia real y mediática y desgaste de la figura del líder nacional del PAN que acabó siendo detestada. El carisma no es precisamente el don de Germán Martínez. El PAN se colgó del presidente Calderón y el resultado no fue positivo para nadie: Calderón no ayudó a su partido y éste no fortaleció al presidente. En la estrategia amigo-enemigo privilegiada por el PAN, los enemigos ganaron la batalla y ya se aprestan a capitular las ganancias.
El PRI jugó a conservar el marcador. Desde hace un año todas las encuestas lo situaban en la delantera. Si bien es cierto que no ganó la mayoría calificada en la siguiente cámara de diputados, también lo es que la puede conseguir con facilidad. El punto es si esa mayoría relativa o calificada es capaz de participar, con la urgencia del caso, en la construcción de los consensos necesarios para avanzar en la modernización económica del país y en la reforma política (empezando por los partidos) y revertir cuanto antes el descrédito de las instituciones públicas y perfeccionar las reglas y procedimientos democráticos. La ironía vengativa que han mostrado los dirigentes del PRI no augura el advenimiento de una etapa constructiva sino el mantenimiento de una estrategia que apuesta por la catástrofe gubernamental –y del país. La dirigencia del PRI y el liderazgo legislativo siguen en manos del grupo político menos moderno y democrático de esa octogenaria institución. Es justo decir, sin embargo, que en la periferia cercana a los altos mandos de la clase política dominante crece el poder de un grupo de gobernadores que por la edad y las formas se distancia del pasado terco y resistente del autoritarismo. El relevo generacional toca a la puerta y golpea con fuerza. El grupo de nuevos políticos del PRI, encabezado por el gobernador del Estado de México Enrique Peña Nieto, tiene entre sus filas a políticos interesantes: el gobernador de Chihuahua, el de Tamaulipas, los gobernadores electos de Querétaro y Nuevo León, entre los más visibles. Tienen menos de cincuenta años y sus formas políticas se ven más cercanas a la modernidad democrática que al pasado autoritario. Si no se los traga el monstruo del PRI ladino y mafioso, el futuro del partido se avizora promisorio para el país. Paradójicamente, en el viejo PRI hay políticos jóvenes mejor formados que en el joven PAN, donde no se ha preparado una clase política que sea moderna y competitiva al mismo tiempo.
¿Qué se puede decir del PRD sin dar de gritos? El diagnóstico lo expresó hace un par de días un desesperanzado Cuauhtémoc Cárdenas: “no me siento representado por una dirigencia que no cumple los estatutos del partido”. ¿Entendemos ahora de qué se trata ese manoseado asunto de la representación? ¿No deberíamos los ciudadanos apropiarnos de la misma petición de principio? Si no nos sentimos representados por los partidos ni por los representantes, que en primer lugar sea porque no acatan sus propias reglas, porque contravienen las normas jurídicas generales, porque no cumplen las obligaciones políticas de su mandato, porque menosprecian a las instituciones, por su falta de compromisos, por la evasión de sus responsabilidades. El fin no justifica los medios; no es legal, legítimo ni moral que en nombre de la unidad del partido se violen las reglas del juego. Por su importancia coyuntural y por la claridad de los conceptos, cito algunos párrafos de Un último llamamiento a los militantes del PRD de Cuauhtémoc Cárdenas:
“En marzo del año pasado, después de la cuestionada elección para renovar la dirección del partido, advertí de la fuerte confrontación y fractura que vivía nuestra organización y planteé públicamente un camino de solución: la renuncia de todos los contendientes a los cargos de elección, la disolución de los cuerpos de dirección del partido y su sustitución por entes provisionales, para permitir con ello la recomposición y rencauzamiento (sic) de nuestra organización. Ninguna respuesta ni comentario merecí de la dirección o de los liderazgos internos, pues prevalecieron los intereses de facción, el sectarismo y la intolerancia. . . (entre) los resultados más graves de esa confrontación se encuentran el permanente quebrantamiento de las disposiciones estatutarias por las instancias (sic) de dirección, individuales y colectivas, sea para responder a presiones clientelares y sectarias, sea mostrándose complacientes ante la violación de la regla. . . Tal como está el PRD. . . es incapaz de dar viabilidad a su proyecto democrático y progresista de nación y, sobre todo, no le es de ninguna utilidad al pueblo mexicano. Procedería entonces, a mi entender y antes que otra cosa, aplicar los mandatos del estatuto para volver a la legalidad interna.”
Me declaro pesimista: a los dirigentes formales y reales del PRD y a sus tribus virulentas y groseras les importa un bledo la legalidad, la civilidad, la democracia y el país.
El PRI jugó a conservar el marcador. Desde hace un año todas las encuestas lo situaban en la delantera. Si bien es cierto que no ganó la mayoría calificada en la siguiente cámara de diputados, también lo es que la puede conseguir con facilidad. El punto es si esa mayoría relativa o calificada es capaz de participar, con la urgencia del caso, en la construcción de los consensos necesarios para avanzar en la modernización económica del país y en la reforma política (empezando por los partidos) y revertir cuanto antes el descrédito de las instituciones públicas y perfeccionar las reglas y procedimientos democráticos. La ironía vengativa que han mostrado los dirigentes del PRI no augura el advenimiento de una etapa constructiva sino el mantenimiento de una estrategia que apuesta por la catástrofe gubernamental –y del país. La dirigencia del PRI y el liderazgo legislativo siguen en manos del grupo político menos moderno y democrático de esa octogenaria institución. Es justo decir, sin embargo, que en la periferia cercana a los altos mandos de la clase política dominante crece el poder de un grupo de gobernadores que por la edad y las formas se distancia del pasado terco y resistente del autoritarismo. El relevo generacional toca a la puerta y golpea con fuerza. El grupo de nuevos políticos del PRI, encabezado por el gobernador del Estado de México Enrique Peña Nieto, tiene entre sus filas a políticos interesantes: el gobernador de Chihuahua, el de Tamaulipas, los gobernadores electos de Querétaro y Nuevo León, entre los más visibles. Tienen menos de cincuenta años y sus formas políticas se ven más cercanas a la modernidad democrática que al pasado autoritario. Si no se los traga el monstruo del PRI ladino y mafioso, el futuro del partido se avizora promisorio para el país. Paradójicamente, en el viejo PRI hay políticos jóvenes mejor formados que en el joven PAN, donde no se ha preparado una clase política que sea moderna y competitiva al mismo tiempo.
¿Qué se puede decir del PRD sin dar de gritos? El diagnóstico lo expresó hace un par de días un desesperanzado Cuauhtémoc Cárdenas: “no me siento representado por una dirigencia que no cumple los estatutos del partido”. ¿Entendemos ahora de qué se trata ese manoseado asunto de la representación? ¿No deberíamos los ciudadanos apropiarnos de la misma petición de principio? Si no nos sentimos representados por los partidos ni por los representantes, que en primer lugar sea porque no acatan sus propias reglas, porque contravienen las normas jurídicas generales, porque no cumplen las obligaciones políticas de su mandato, porque menosprecian a las instituciones, por su falta de compromisos, por la evasión de sus responsabilidades. El fin no justifica los medios; no es legal, legítimo ni moral que en nombre de la unidad del partido se violen las reglas del juego. Por su importancia coyuntural y por la claridad de los conceptos, cito algunos párrafos de Un último llamamiento a los militantes del PRD de Cuauhtémoc Cárdenas:
“En marzo del año pasado, después de la cuestionada elección para renovar la dirección del partido, advertí de la fuerte confrontación y fractura que vivía nuestra organización y planteé públicamente un camino de solución: la renuncia de todos los contendientes a los cargos de elección, la disolución de los cuerpos de dirección del partido y su sustitución por entes provisionales, para permitir con ello la recomposición y rencauzamiento (sic) de nuestra organización. Ninguna respuesta ni comentario merecí de la dirección o de los liderazgos internos, pues prevalecieron los intereses de facción, el sectarismo y la intolerancia. . . (entre) los resultados más graves de esa confrontación se encuentran el permanente quebrantamiento de las disposiciones estatutarias por las instancias (sic) de dirección, individuales y colectivas, sea para responder a presiones clientelares y sectarias, sea mostrándose complacientes ante la violación de la regla. . . Tal como está el PRD. . . es incapaz de dar viabilidad a su proyecto democrático y progresista de nación y, sobre todo, no le es de ninguna utilidad al pueblo mexicano. Procedería entonces, a mi entender y antes que otra cosa, aplicar los mandatos del estatuto para volver a la legalidad interna.”
Me declaro pesimista: a los dirigentes formales y reales del PRD y a sus tribus virulentas y groseras les importa un bledo la legalidad, la civilidad, la democracia y el país.