viernes, 12 de agosto de 2011

Curiosidad y azar: un encuentro afortunado

Que la lengua sea flexible
Y capaz de decir lo que piense la cabeza
Teodor Parnicki

Gracias a Carolina Rebollo de Editorial Ciudadela (comunicacion@ciudadela.mx) llegó pronto a mi mesa la Trilogía de Henrik Sienkiewicz. Un lector busca libros y a veces los encuentra; sin embargo, es más correcto decir que la mayoría de las veces son los libros los que buscan al lector y, sin importar el tiempo ni la distancia, siempre lo encuentran. Pero este es el final de una pequeña historia cuyo principio no tiene fecha de nacimiento ni puede localizarse en un momento y lugar determinados. El principio de la historia, por llamarlo así, ocurre cuando la curiosidad y el azar se encuentran en una comunión aderezada de misterio. Un lector devoto debe estar atento al milagro.
Por situar arbitrariamente un comienzo, fijémoslo en la lectura de En tierra inhumana del escritor polaco Jósef Czapski (1896-1993). Es un libro estremecedor. Polonia, invadida por soviéticos y nazis en 1939, es el punto de partida de la historia de Czapski. Cuando un año después Hitler invade la Rusia soviética, miles de oficiales y soldados polacos sufren y mueren en tres campos de concentración rusos. El pacto ruso-polaco (Pacto Stalin-Sikorski) da por terminada su guerra y establece una alianza para enfrentar juntos al ejército nazi. Al autor de En tierra inhumana se le encarga la tarea de investigar el paradero de esos oficiales y soldados polacos hechos prisioneros por los soviéticos. Muy pocos sobrevivieron. La travesía de Czapski lo lleva finalmente a Irán y a la nada; es decir, a la verdad: Stalin traicionó el pacto y miles de polacos “desaparecieron” sin dejar rastro. En la espesura de la noche, en cualquier lugar de la inmensidad del territorio ruso, con el hambre de meses y años, con temperaturas de menos cuarenta grados centígrados, alguien lee fragmentos de la Trilogía de Sienkiewicz y esa lectura épica devuelve la esperanza, anima el espíritu, desentume la tristeza. En medio de la peor de las desgracias –el exilio, el hambre, el recuerdo de los muertos, la nostalgia de la patria, la memoria de padres, hermanos e hijos, la tierna imagen de la novia que espera– un libro es consuelo que alivia por unos momentos la fatalidad que por todos lados trasmina su mortaja maloliente. Tomo nota de Sienkiewicz y cierro el libro de Czapski. El nombre no me es desconocido. Consulto y “descubro” al autor de la Trilogía polaca. Es cierto, leí Quo vadis? allá por 1970, luego de haber visto, a mediados de 1960, la película estadounidense de Mervyn Le Roy, con Robert Taylor, Deborah Kerr y un excepcional Nerón interpretado por Peter Ustinov. Sin embargo, la Trilogía polaca es el mérito que le valió a Sienkiewicz el Premio Nobel de Literatura en 1905. La Trilogía (A sangre y fuego, El diluvio y un Héroe polaco) fue publicada por la editorial española Cudadela en 2007, luego de no sé cuántas décadas de ser una rareza en nuestro idioma. El rescate de la Trilogía por Ciudadela es quizá uno de los acontecimientos literarios más importantes de la primera década del siglo XXI. El historiador Jean Meyer me dice que él la leyó en una edición española del siglo XIX de la biblioteca de una tía. Aquí hay que hacer un paréntesis para mencionar la propia trilogía de Jean Meyer sobre un tema tan cercano. Meyer ha publicado tres libros sobre la iglesia católico-romana y la ortodoxa y los distintos encuentros y desencuentros entre Oriente y Occidente desde la caída de Constantinopla (año 1054): Rusia y sus imperios, La gran controversia y El Papa de Iván el Terrible. Meyer empieza sus búsquedas en el presente. Mejor dicho: desde el presente; es decir, con problemas de hoy. No basta la contemporaneidad en la que suelen encerrarse los académicos para conocer las dolencias actuales. No nacimos ayer. Lo mismo puede decirse de la literatura, pero es momento de cerrar el paréntesis.
Leí de Sienkiewicz Quo Vadis? en 1970 y luego olvidé al autor. Como un remolino de hordas tártaras, el llamado boom latinoamericano nos trajo el viento fresco de excelentes libros y una ola gigantesca de mala literatura. El mal es más grave en nuestros días: con excepciones notables, las librerías rebozan basura. Conviene volver la mirada a los clásicos; pero antes debemos ser capaces de prescindir de los fórceps académicos que exaltan la técnica literaria por encima del gusto sencillo de la buena lectura, mandar a paseo las etiquetas que imponen los críticos literarios y no escuchar las febriles recomendaciones de libros de autoayuda y superación personal. La buena literatura es buena en sí misma y lo es porque es la más fiel consejera de otra buena literatura.
Sienkiewicz escribe su Trilogía entre 1884 y 1888, una época en que Polonia no existe como estado, pues acumula un siglo de ocupación de los tres imperios colindantes: Rusia, Prusia y Austro-Hungría. Las tres novelas de la Trilogía sitúan la historia en el siglo XVII, cuando el Reino de Polonia es invadido por los tártaros. La Trilogía está considerada como la epopeya polaca, algo similar a Guerra y Paz de Tolstói o Vida y destino de Grossman. Pero las novelas de la Trilogía no son marcadamente épicas; en cada una de ellas hay rostros tan humanos como la intriga, el odio y la bondad. Los expertos pueden clasificar la obra de Sienkiewicz como les venga en gana (épica, romántica, realista). El buen lector sabe que, en principio, hay buena y mala literatura. Pero hay algo más y lo dice Marcin Kazimierczak en la Introducción de la Trilogía: el paralelismo entre las historias polaca y española, naciones ambas que durante siglos fueron baluartes de la cristiandad. Las analogías son muchas y en ellas podemos encontrarnos los mexicanos en el recorrido de quinientos años de historia.
Jósef Czapski me llevó a la Trilogía: un asomo a Internet me permitió descubrir la edición de Ciudadela. Creo que el libro me encontró en buena forma: las 1,161 páginas de la Trilogía son una invitación amable a leer buenos y grandes libros. Es la memoria y el ejercicio de la memoria un acto de resistencia contra la injusticia y la violencia. Las adversidades de la actualidad no se explican sólo con la actualidad. De hecho, el presente puro es puro presente. Si la indignación y la desesperanza se reúnen para escuchar el fragmento de un libro y eso alivia por unos momentos la incertidumbre, no significa sino que el libro es insustituible. La técnica no puede ir a todas partes; en cambio el libro viaja con el lector con una fidelidad misteriosa. Se abre el libro y refulge el milagro. Es una desgracia que ya no se lea en grupo (en familia, con los amigos, en el aula). Es una desgracia que ya no se lea en voz alta (en soledad o con el ser amado).
En su artículo del pasado 31 de julio (Más información, menos conocimiento), Mario Vargas Llosa, basado en el libro de Nicholas Carr ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011), escribe que los alumnos han perdido el hábito de leer para contentarse con un mariposeo cognitivo. La robotización de la humanidad es el tema del libro de Carr y la preocupación intelectual de Vargas Llosa. No se requiere de mucha ciencia para observar el desvanecimiento de la memoria. Gracias a Internet se tiene acceso a millones de toneladas de información. La computadora puede almacenar buena parte de esa información sin necesidad de leerla ni de detenerse en sus contenidos, menos en sus significados. Una de las quejas de hoy es que la gente ya no lee. No estoy muy seguro de que la gente de nuestro tiempo lea menos que la de hace cincuenta años. La diferencia es que la gente de hoy lee mal y malos libros. Es preferible que un joven lea Don Quijote en Internet a que lea una mala novela impuesta por el mercado editorial. Como no creo que nadie lea por Internet Don Quijote, los malos libros forman una marejada incontenible.

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